Kevin Mancojo

Diario de a bordo


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Lo sano requiere sacrificio

¿Sois de los que cuidáis vuestra alimentación o pasáis del tema y cogéis para merendar la primera bolsa de patatas que veis en el armario?

En mi caso es más bien por épocas. Hay momentos en los que evito comer alimentos procesados (lo cual requiere mucha fuerza de voluntad) y otros… bueno, simplemente no me paro a pensar lo que meto al estómago.

El deporte, sin cuidar lo que comes, no sirve de mucho. Y a pesar de no ser de los que beben batidos, ni crea una dieta estricta, sí que comienzo a introducir más alimentos naturales. Ya me jodería tirarme casi todo el año en el gimnasio para que luego acabe engordando, y no en masa muscular.

Por desgracia, soy el típico al que las verduras no le convencen mucho. Al menos, aquellas que sí me gustan, me las como con ganas y muy a gusto. Además trato de compensarlo con la fruta y los frutos secos, que en este caso sí que me gustan un montón. Y encima me sirven como tentempié.

La cosa es que desde hace unos meses descubrí una cuenta en Instagram de un chico (Carlos Ríos), el cual estudió Nutrición Humana y Dietética. Se mueve por las redes sociales promoviendo el realfooding, es decir, la comida “real”, la que no está procesada y que, por norma general, es natural.

Hay quién considera su comunidad una secta porque, a decir verdad, habla de los alimentos procesados y de los supermercados como si fueran el mismísimo satanás. Y es lógico cuando sabes que muchos de los productos vienen con trampa. Por mucho que aparezca ese típico 0% al final hay truco y te la cuelan por otro lado. Así es el marketing.

Tengo que admitir que, a pesar de no haber llegado al nivel de un realfooder (alguien que come realmente sano), he ido tomando referencias de Carlos Ríos y a menudo miro las etiquetas para no caer en la trampa. Aunque lo más sencillo siempre es comer productos naturales: fruta, verduras, frutos secos (ojo con estos últimos, que si son fritos ya no vale), etc.

Y así llevo ya un tiempo, metiendo en mi dieta muchas manzanas, junto a los anacardos, las nueces y las uvas, entre muchos otros alimentos de ese estilo. Además, apenas ingiero azúcar salvo la taza de leche con Cola Cao por las mañanas (alguna que otra cae como merienda, pero no suele ser lo normal) y de vez en cuando unos churros con azúcar (solos no me gustan) en uno de los puestos que hay en el mercadillo.

Este tema cobró más importancia en mí en unos talleres donde conocí gente nueva gracias a un proyecto en el que estaba y aún estoy metido. Allí escuché hablar a una chica sobre este tema, sobre lo poco que cuidamos lo que comemos y la repercusión que puede tener. Nuestro organismo responde de la mejor manera que puede, pero cuando ya no da para más llegan los sustos…

No somos conscientes de que el cuerpo nos da señales muy a menudo indicando que algo va mal (en este caso podría ser dolor de articulaciones por ejemplo). Supongo que por desconocimiento, al fin y al cabo, “escuchar” a nuestro organismo no es fácil. Si nos paramos a pensar, la frase “somos lo que comemos” no se aleja tanto de la realidad.

Entre la chica, Carlos Ríos y el tratar de cuidarme de cara al futuro ha hecho que me tome más en serio este tema en esta ocasión. Me lo he tomado como un reto personal con el que trataré de cuidarme un poquito más. Mi hermano incluso bromeó diciendo que me iba a dar una sobredosis de fructosa.

Como dije al principio, esto es cuestión de fuerza de voluntad y de coger el hábito. Lo sano requiere sacrificio, pero al final merece la pena y te sientes orgulloso por conseguir tus objetivos. En mi caso, me vale con no comer porquería día sí y día también como hacía antes. Mis amigos hasta me compraban una bolsa de Doritos cuando quedábamos porque sabían que me los comería yo, y ya llevo bastantes meses sin comerme ni uno.

No sé a dónde me llevará esto, ni si será para siempre. Al final, a la parca le da igual que hayas comido bien o no que si quiere te recoge igualmente, pero mientras, le voy dando largas.

#NuncaDejéisDeSonreír


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Observar

No es cuestión de ver, es cosa de observar.

Que dónde unos ven desaparecer el sol, yo veo una inmensa paleta de colores que me sabe enamorar como lo hacen los juguetes que vuelven loco a un niño durante horas o como esos dos enamorados que no necesitan palabras para demostrar su amor, igual que ese perro que movería la cola sin parar por su dueño. Y yo, al igual que ellos, no necesito más que aquello que me hace sentir y que me vuelve a enamorar porque, por poco que queramos ver, cada día tiene y tendrá su propia paleta de colores, solo hace falta observar.


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Recuerdos

Sé que soy joven aun. Tengo 26 años y en principio me quedan muchos años por vivir (nunca se sabe dónde nos acecha la muerte, sin embargo no la temo). Pero ya voy notando los años cuando echo la mirada hacia atrás y también cuando me cruzo con niños y adolescentes (que no son pocos por todo lo que hago y por el terreno en el que me muevo).

Hace unos meses recibí el correo de una maestra que tuve en la guardería cuando todavía vivía en Alemania. Al abrirlo y leerlo me emocioné un montón. Hay etapas en la vida en las que se nos cruzan personas de las que no volveremos a saber nunca más y en la infancia, en ocasiones, hay muchas de ellas. Recibir aquel mensaje me alegró el día e inmediatamente contesté.

Terminamos hablando por Whatsapp y poniéndonos un poco al día. Tras unos 21 años había muchas cosas para contar. Lo que me pareció increíble y de valorar era de la cantidad de cosas de las que aún se acordaba. Sabía el nombre de mis padres, de mi hermano, que él era mucho más mayor que yo, el pueblo en el que vivía en Alemania, etc. Supongo que cuando tu trabajo es pura vocación las cosas se recuerdan mejor.

Y es que en la guardería en la que estuve, los niños con discapacidad (que no éramos pocos) tenían su lugar y su atención cubierta. Ninguno era más que los demás, todos participábamos en las actividades y jugábamos los unos con los otros. Y esto era gracias a las personas como mi maestra que se desvivían para que simplemente fuéramos niños pasándolo bien.

Por circunstancias de la vida (casualidades de la vida lo llamo yo) iba a hacer un viajecito a Alemania, a ver a mi hermano. Evidentemente se lo conté y los dos teníamos claro que queríamos vernos para tomar algo. Ambos estábamos ilusionados con la idea de seguir contándonos cómo nos iba la vida y recordar viejos momentos.

Estando ya donde mi hermano me avisó de que se vendría otra maestra más que también estuvo en el mismo grupo. Cada vez estaba más contento. Me alegraba el pensar que tras tanto tiempo, podría ver a dos personas que formaron parte de mi infancia y que aportaron su granito de arena para que me convirtiera en quién soy hoy.

Después de vernos, abrazarnos, estar en el bar y pedirnos la cena, empecé a explicarles cómo llegué a las charlas de motivación, lo involucrado que estoy con la discapacidad y el cómo llevamos ese tema en España (en Alemania van por detrás de nosotros en algunos aspectos). Y ambas, como muchas otras personas que me conocieron siendo más chiquillo, ya veían en mí ese potencial de ayudar a otros, de inspirar a la gente, de ser capaz de sonreír frente a las adversidades, aprender de ellas y de no poner mala cara a nada ni nadie.

Me contaron lo rebelde que era ya de pequeño frente a las herramientas que me daban en los hospitales y ortopedias para facilitarme el día a día (cualquier cosa que me pusieran en mis manos terminaba lanzándolo). Y también me dijeron que tuvieron que apretar los dientes innumerables veces para dejarme hacer a pesar de querer saltar al “rescate”. Explicaron el gran trabajo que hicieron mis padres y la fuerza de voluntad que tuvieron para hacerme lo más independiente posible.

Pero aquí no acabó la cosa. Evidentemente, ellas me hablaron de sus vidas, sus trabajos y sus familias. Sin embargo, lo más nostálgico vino después. Las dos trajeron fotos de aquellos años. Mi cabeza comenzó a inundarse de recuerdos de los demás niños, de las actividades, las excursiones, los juegos… Empezaron a hablarme de unos, de otros, de lo que estábamos haciendo en la fotografía, de lo que ocurrió ese día, de lo que había sido de aquel chiquillo y del otro, del resto de maestros y un largo etcétera. Yo, por desgracia, no recordaba tanto, pero sí lo suficiente como para acabar quedándome con una de las fotos que me enseñaron en la que salía con Ali, un niño con síndrome de down. Ambos parecíamos uña y carne (nótese el chiste). Siempre le he tenido muy presente a lo largo de mi vida. Tanto, que cuando veía a alguien con síndrome de down, a mis padres les decía que era un Ali (una persona con síndrome de down). Sentí que aquella fotografía se convertiría en mi puente para llegar a nuestra infancia y nuestras aventuras.

También se abrió una puerta en el momento en el que vi otra imagen y volví a recordar a uno de los maestros que más quería, uno de los que siempre quería tener cerca y al que recuerdo con muchísimo cariño. Supongo que, aparte de que se pareciera a mi hermano por aquel entonces, se debía al hecho de que me dedicara mucho tiempo y atención, pues era el que siempre me llevaba a caballito cuando tocaba andar mucho.

Sentí lástima por no poder recordar más, de no recordar caras ni nombres. Pero aquello de lo que sí me acordaba me sacaba una sonrisa que iluminaba mi rostro.

Los tres vibramos en la misma frecuencia, sentíamos mucha nostalgia, ganas de saber de los demás, de escuchar sus historias como hicimos esa noche. Sabíamos que fue una época preciosa en la que pudimos vivir infinidad de cosas y donde le sacamos el jugo a cada experiencia.

Definitivamente pienso tener un encuentro así cada vez que vaya a visitar a mi hermano. Fue una situación preciosa y que no quiero dejar marchar. Más aún si sé que hay más maestras y maestros que podría volver a ver en otras ocasiones gracias a ellas dos que a día de hoy todavía organizan reuniones de antiguos compañeros.

Tengo que admitir que he tenido suerte con la gente que me ha rodeado, siempre me han apreciado y valorado tal y como soy. Ya desde pequeño tenía las cosas claras y en cierto modo eso hacía que las personas me apoyaran. La infancia es una etapa muy relevante para el devenir del niño en muchos aspectos y a mí me han sabido llevar por el buen sendero. Gracias de corazón.

#NuncaDejéisDeSonreír


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El arte de los mil rostros

Lo llaman el arte de los mil rostros, donde cuerpo, mente y alma dejan de ser tuyos para sufrir una metamorfosis, cuyo resultado será una constante interrogante. Tal vez te conviertas en aquello que tanto amabas ser algún día para dejar atrás lo que nunca te podía llenar. O quizá te transformes en ese ser que tanto odias y que jamás pensarías que pudiera formar parte de ti. Pero la clave está en aquella fusión donde tú y el nuevo ser se funden para ser uno solo, para dejar atrás tu vida y asumir una nueva, para desnudar tu alma ante el mundo sin que se percaten de ello…

Lo llaman el arte de los mil rostros porque no saben que hay una sola persona tras la máscara.

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