Kevin Mancojo

Diario de a bordo


Deja un comentario

Después de tantos meses

Debido a la situación actual con el tema pandemia, covid, nuevas normas, etc. al final paso mucho más tiempo en casa para evitar líos. Pero hace unas semanas, concretamente la semana de la discapacidad, tuve varias charlas organizadas por diferentes entidades. Por fin pude volver a la carga después de tantos meses sin hacer gran cosa. Ya lo echaba en falta. Es en estos casos cuando sé que lo mío es inspirar a los demás con mi historia.

La primera charla fue con Mapfre, dirigida a distintas asociaciones y a los usuarios de dichas asociaciones relacionadas con la discapacidad. Con esta ponencia descubrí la importancia de tener un público delante, pues se hizo vía Zoom, sin ver yo ningún rostro. De estar acostumbrado a oír reír a la gente con mis bromas, a no saber si ni siquiera ha hecho gracia el chiste. Se hacía raro no ver las expresiones en la cara de la gente. No había feedback (respuesta del público ante mi charla). Pero aun así me gustó esta nueva forma de llevar a cabo estas jornadas. Yo pude hablar hasta por los codos, que eso es muy mío. Me quedo con la idea de haber podido inspirar a todas esas personas que estaban al otro lado. Seguramente que, de una forma u otra, les fue útil, aunque yo no lo viera en sus rostros.

Unos días después me tocó volver al instituto al que llevo yendo ya unos 5 o 6 años, el IES Antonio Menárguez Costa. Me llamaron las orientadoras con las que ya tengo confianza. Querían saber si a pesar de todo, me atrevía a ir de manera presencial para contarles mi historia a los chavales. Evidentemente que sí, mientras se cumplieran las normas de seguridad, ¿por qué no? Aquel centro ha empezado a convertirse en un hogar más para mí. Al poco de llegar el primer día, volví a ver a los diferentes profesores y profesoras que conocí los años anteriores. Se alegraron de tenerme por allí y yo por volver a verles y poder pisar sus aulas.

En este caso sí pude ver las reacciones de los chavales, a pesar de las mascarillas. Que por cierto, esto último me recuerda lo mal que lo pasé contar lo mismo durante 3 horas seguidas a diferentes clases (las tres últimas charlas fueron prácticamente sin descanso) con la maldita mascarilla. Proyectar la voz no era fácil, debía alzarla más de lo normal y lo noté. Terminé más agotado de lo normal. Pero mereció la pena, disfruté viendo como alucinaban con mi historia y con todas mis locuras. Ojalá les sirva para tener ganas de crecer en todos los sentidos posibles.

La última, la más diferente de todas. Se estaba llevando a cabo un curso online sobre los objetivos de desarrollo sostenible, la cultura pop y la forma de concienciar a los jóvenes. En esta, que también fue vía Zoom, me pidieron hablar más de mi conexión con los chavales en mis redes sociales y la forma que tengo de llevarlas para tratar de cambiar e inspirar los mundos interiores de las personas. Es algo que disfruto desde hace tiempo; llevo a cabo juegos con las herramientas que me da, en este caso, Instagram. O explico cosas de tal manera que genero curiosidad en las personas que me ven. Además de tratar temas muy mundanos, temas que se cruzan en la vida de la gente tarde o temprano (el amor, la forma de expresarnos, la felicidad, la muerte…). Expliqué todo esto y mucho más en aquella charla. Terminé contento a pesar de haber sido tan distinta a lo habitual. Además, como fuimos apenas unas 8 personas, pudimos interactuar entre todos, compartir experiencias, contar nuestros truquitos, etc. Fue muy gratificante.

Como dije, llevaba mucho tiempo sin poder dar charlas, incluso me volví a sentir nervioso con la primera que di, casi como si volviera a empezar. Y sin embargo, volver a darlas me dio pie a que quisiera volver a sentirme útil y productivo, así que me puse las pilas y decidí mejorar y avanzar con mis proyectos. Una prueba  más que demuestra que yo también saco algo en positivo de mis propias charlas. Ojalá vuelva a poder dar más dentro de poco y no tenga que esperar otros tantos meses.

#NuncaDejéisDeSonreír


Deja un comentario

Cuatro patas, mucho pelo y unos 11 años de media

Cuatro patas, mucho pelo y unos 11 años de media más o menos. Suficientes como para aprender a tener paciencia, para reír a carcajadas o incluso cabrearme en algunas ocasiones, todo sea dicho. Hemos tenido tiempo suficiente para aprender un truco detrás de otro, y algunos, hasta sin quererlo. Incontables paseos que nos hicieron sentir vivos y felices. Pero también conocimos la rutina tan de cerca que nos resultaron aburridos algunos trayectos, así que fuimos a descubrir lugares nuevos y preciosos. Nos acompañaron los patines, las locuras, los kilómetros y la velocidad. Algún que otro susto. Muchas personas y perros que se cruzaron en nuestras vidas. Innumerables baños en la playa y un sin fin de chapoteos en cada charco de agua que nos encontrábamos delante. Muchas horas viendo cómo dormía y otras tantas jugando con la pelota. Constantes miradas que hablaban por sí solas. Y miles de historias que aún nos quedan por contar.

Cuatro patas, mucho pelo y unos 11 años de media que deberían ser infinitos. Nadie más que ellos merecen vivir más tiempo del que se les fue destinado. Saben estar en los peores momentos, demostrándote su forma tan incondicional de amar. Son capaces de hacerte reír sin pretenderlo y convierten lo absurdo en divertido. Saber leer emociones no es fácil, a veces ni nosotros sabemos cómo nos sentimos y ellos, de una forma u otra, saben lo que deben hacer en el momento exacto. Son la prueba viviente del altruismo, de la humildad y de la empatía. Nunca fallarán y nosotros no deberíamos fallarles nunca. ¿Cómo puede un ser así abandonarnos tan pronto y dejarnos tan vacíos? Sin duda que dejan huella. Nos devuelven la vida que en ocasiones se nos escapa. Y es que, aquel que tiene un perro, tiene un verdadero amigo.


Deja un comentario

Entrevistado por La Forte

Llevo ya un par de meses más o menos escuchando podcasts. Amigos míos escuchaban algunos y hablando con ellos sobre el tema, me llenaron de curiosidad. Así que entre unas cosas y otras caí en el podcast de Enric Sánchez y La Forte: “Sí es lo que parece”. Me parecieron geniales, eran divertidos,  hablaban de cosas cotidianas y encima te podías ver representado en muchas de las cosas que contaban. El hecho de que sean pareja y tengan tanta confianza influye en lo bien que se lo puede pasar uno escuchándoles. Fue en ese programa donde descubrí que ella, La Forte, tenía su propio podcast: “Mi patio de vecinas”, donde entrevista a todo tipo de personas para que cuenten su vida. Por lo tanto, me descargué la app de Podimo, que es donde tienen sus programas, y me dediqué por varias semanas a oír sus historias hasta ponerme al día.

Al poco de descubrir a ambos, por Twitter los mencioné diciéndoles que se habían convertido en mi nuevo pasatiempo. Y unos días después recibí un mensaje privado por Instagram de La Forte. Quería una entrevista conmigo. No me lo esperaba para nada y me sentí eufórico. Alguien perdido en un pueblo de Murcia entrevistado por ella. ¿Quién se lo iba a imaginar? Mueve a mucha gente, tiene un público de la leche, conoce a gente increíble y yo, por escribir un simple tweet, acabé siendo entrevistado por La Forte.

Parecía un niño pequeño contando los días para que llegara el día de la entrevista. Y cuando llegó hasta me puse nervioso, algo que no me pasa muy a menudo. Por suerte se me pasó rápido. Encima ella lo hace todo muy ameno, divertido y con mucho cariño.

Tiendo a analizar a los periodistas (ella lo es) desde que empezaron a hacerme entrevistas más a menudo por todas las locuras que he llevado a cabo. Trato de ver hasta dónde indagan sobre mí y qué tipos de preguntas hacen. No todos son saben que nací en Alemania, ni son capaces de hacer que hable de temas muy profundos e intensos. Pero con ella pude hacerlo. Además de darme el lujo de extenderme todo lo que quisiera. Es lo que me gustaba de sus programas, permite al entrevistado contar todo lo que le plazca, para eso está su podcast. Y puesto que yo hablo hasta por los codos (chiste de los malos), terminamos haciendo un programa de lo más interesante para sus oyentes.

Hablé de mi discapacidad y la forma que tengo de naturalizarla desde el humor, de la capacidad de mis padres de hacerme lo más independiente posible, de mis anécdotas sobre la autoestima y el amor propio. Expliqué mi experiencia escolar y conté cómo nacieron mis charlas. Y, esto y mucho más, dieron pie a unos 50 minutos de programa en el que permito a otras personas conocer un poquito más cómo somos las personas con discapacidad. Y muchas otras se sintieron identificadas conmigo por formar parte del colectivo.

Tal fue el impacto en su publico que empezó a seguirme muchísima gente en redes sociales. Recibí mensajes felicitándome por la entrevista, otras compartieron el programa por Instagram, me mencionaron en sus comentarios, etc. Vamos, que tenía el móvil ardiendo con las notificaciones.

Soy consciente de la repercusión de mi persona y de mi historia (a día de hoy lo soy), pero sigue constándome creer la fuerza que le doy a la gente y el buen rollo que transmito, motivo por el que creo que tengo tanta gente caminando a mi lado y apoyándome en mis locuras. Al final nos retroalimentamos; si nadie me siguiera, apoyara y contara las ganas que le doy de crecer, yo no haría lo que hago. No serviría de nada. Y que me lleguen correos electrónicos para pedirme entrevistas y recibir mensajes después del publico me motivan para continuar con el camino que he tomado.

Así que con la entrevista me convertí en un descubrimiento para muchísimas personas y yo recibí un buen chute de energía para seguir con mis proyectos. Desde que sé que soy un faro para la gente, quiero tratar de darle luz al mayor número de personas posibles.

Gracias, muchas gracias por las oportunidades que me dais, por el apoyo y por todo aquello que me llena de energía y que le da sentido a todo lo que hago.

#NuncaDejéisDeSonreír

(dejo aquí el link para que podáis descargar la app de Podimo y así escuchéis la entrevista)

 


Deja un comentario

He conocido

He conocido a mucha gente… muchos se han quedado, pero muchos más se han ido. He conocido mentirosos que se creían sus propias historias, descubrí a los envidiosos, arrogantes y egoístas. Me he cruzado con personas que me enseñaron lecciones que ni ellos mismos se aplicaban y muchas otras que vivían cada segundo sin miedo al mañana. Hubo quién me hizo reflexionar y otros hicieron replantearme mis ideales desde los cimientos. Estaban, y aún están, los que me acompañan en mis locuras y hay quién me arrastra a lo desconocido. Me encontré con los que siempre soñaban, pero también con los que sólo sufrían pesadillas cada noche. Los que volaban hasta el sol y los que caían en picado. Aprendí a tener los pies en el suelo gracias a los realistas que un día aparecieron. He visto quién intentaba enterrar el sueño de los demás mientras ellos se erguían orgullosos de sus actos. He conocido personas que crearon su propia realidad donde todo era oscuridad. Vi gente que arrojaba leña al fuego sin ni siquiera quererlo y vi quién lo lograba apagar una vez en llamas. Conocí a ignorantes sabios y algunos sabios ignorantes. Me crucé con aquellos que descubrieron mundos nuevos y otros que ni cruzaban la puerta de su casa. Un día llegaron aquellos que querían más a un animal que a una persona, y también estaban esas personas que amaban con todo su ser y que al final les arrancaron el corazón. Están esos que se marchan durante años y un día, por arte de magia, vuelven como si nada hubiera cambiado. Olvidé a quién me prometía historias incumplidas y lo siento por aquellos que aún esperan mis promesas. Me enamoré de aquellas personas que sonreían con el alma y, de esas, cuyos ojos hablaban. De las que hacían del infierno, un paraíso. Sin embargo, dejé a un lado las que me enseñaron que es más fácil dejarse caer que luchar por levantarse, igual que me aparté de aquellas cuya vida estaba llena de palabras, pero no de actos. Valoré a la gente que sufría con el arte y también a la que pasaba las noches en vela por su vocación. De los más alocados aprendí a perder el miedo de lo que otros pudieran pensar de mí. Y me demostraron que, aún sin conocer el futuro, las cosas podían salir bien.

Conocí gente que sueña, y sueña, y sueña, y de repente se despierta. Están los que saltaron del nido incluso antes de saber volar. Los que se enfrentaron a la muerte en el cuadrilátero. Los que perdieron en el primer asalto. Y los que ganaron el segundo. Los que ven el vaso medio lleno, los que lo ven medio vacío y los que ven mitad agua y mitad aire. Los que sufrieron un punto de inflexión en sus vidas, o dos, o tres, o cuatro… Los que, aun sin entenderles, los mantengo a mi lado. He conocido personas que, más que dejarse la piel, se dejan la vida. Hay quien lucha por mantenerse vivo cada día, por forzar una sonrisa a la tristeza. Y me demostraron que sonreír no era estar feliz y que vivir no era estar vivo. También se lucha por tener algún sueño y no solo por soñar.

Lo normal dejó de serlo cuando otros no lo eran, enseñándome que todo era relativo; amar a varias personas a la vez no era malo, sentirse enjaulado en cuerpos equivocados no impedía poder salir a volar si se tenía valor. Y no importaba si alguien se quería una sola noche o para el resto de sus días. Vi colores tan dispares que la oveja negra no era más que una de tantas. Me alegré cuando algunas personas lograron liberarse de sus cadenas. Y me cabreé cuando otras querían aprisionarlas. Atravesé corazas de aquellos que se ocultaban tras su armadura. Observé lágrimas fluir tras descubrir lo que estaba oculto. Conocí a capaces de incapaces. Me fascinó como hubo gente capaz de engrandecer más aun mi propio mundo. Dejé de caminar solo cuando me di cuenta que había más como yo. Y me volví más humilde al saber que también los había mejores. Caminé despacio junto a los que disfrutaban y aceleré el paso con los que no sabían ir de otra forma. Comprendí que debía entender antes que juzgar y que mi realidad no era la de los demás. Hubo gente que logró mejorarme sin ni siquiera darse cuenta. En realidad, todo el mundo que se cruzó en mi camino, fuera para quedarse o no, consiguió que aprendiera algo. Me enseñaron diferentes lecciones, abrí los ojos al mundo e incluso, gracias a los que nunca fueron santo de mi devoción, supe qué era lo que no quería en mi vida.

Y es que aun habiendo vivido poco, he tenido la suerte de haber conocido a tantos tipos de personas, que sé que aún me quedan muchos por conocer.


Deja un comentario

Una mirada cómplice

Después de varios meses, por fin he comenzado a salir a pasear con mi perra. Entre unas cosas y otras habíamos dejado aparcado lo de dar una vuelta (teniendo jardín no quise correr riesgos de ningún tipo con el tema de la pandemia) y ahora se ha convertido en parte de nuestra rutina recorrer el parque cercano a mi casa.

Por desgracia, lo de recorrer distancias largas a pie no es algo que me sienta bien a largo plazo (cosas de llevar una prótesis en la pierna derecha). Pero es algo que disfruto cuando lo hago con calma y a un ritmo que sé que aguantaré de sobra. Y más aún si la que me acompaña durante ese tiempo es mi perra. Posiblemente, ni siquiera saldría a pasear si no fuera por ella. Me da motivos para disfrutar de la naturaleza; ambos nos lo tomamos con tranquilidad, curioseando, descubriendo lugares nuevos de vez en cuando, observando las ovejas que vemos a veces, etc. Cualquiera que me viera hablar con ella como si tuviera una conversación me tomaría por loco. Y sin embargo, siento que es capaz de entenderme.

Ya son 10 años más o menos los que lleva conmigo y la diferencia entre cuando era jovencita y lo señora  que es ahora es abismal. De tener que echarle la bronca constantemente y de tener que alzar la voz para que me escuchara a echarle una simple mirada con la que es capaz de entender lo que quiero de ella. No tiene precio.

Siempre envidiaba a esas personas mayores que paseaban con sus perritos sin correa y que veías que cada uno iba por su lado. Al dueño lo tenías delante y al perro a 100 metros detrás, paseando a su propio ritmo u olisqueando y curioseando todo, pero sin molestar a nadie. Tenía ganas de llegar a esa complicidad y confianza con mi propia mascota, pero lo veía como algo imposible. Sentía que para ello debía dar con un perro que conectara conmigo y que eso no era algo fácil de alcanzar. Hasta que llegó Lila, la viejita, la de 9 años más o menos. Antes de eso hacía lo que quería (aun hace lo que quiere si me despisto un poco, pero bueno). A día de hoy tenemos esa conexión que envidiaba y sé que ella puede ir por delante o por detrás de mí sin causar ningún problema. Sé que si por ejemplo está olisqueándose con otro perro y yo la llamo, vendrá al momento. Incluso sin tener que llamarla, si continuo paseando tranquilamente, ella tarde o temprano me alcanzará y volverá a estar conmigo. Es algo de lo que estoy muy orgulloso, haber llegado a ese punto no es fácil en muchos casos y nosotros lo hemos conseguido.

Tal es la conexión que tenemos que cuando ella se mete entre los arbustos a curiosear y dejamos de tener contacto visual durante un buen rato, ambos nos movemos de tal manera que nos podamos ver.

Pasé de tener una perra alocada, llena de energía y con ganas de juego a una perra alocada, llena de energía y con ganas de juego, pero que me entendía cuando le echaba una mirada cómplice. Su carácter al fin y al cabo es así, esos nervios y esa curiosidad forman parte de ella y no es algo que pueda reconducir. Tampoco sería divertido para mí tener un perro aburrido y sedentario teniendo en cuenta como soy yo. Ella es capaz de seguir sorprendiéndome de vez en cuando con cosas que no la esperaba capaz de hacer, y consigue animarme un montón con ello.

Recuerdo que hace varios años escribí sobre mantener cierta distancia entre mascota y dueño para no sufrir ese dolor que nos dejan al fallecer. A día de hoy mandaría a la mierda esa opinión, la descartaría por completo y escribiría algo como lo de hoy. He creado un vínculo precioso con ella, aquellos que nos ven lo aprecian, y yo me siento orgulloso por haber conseguido algo así tras todas las locuras que hemos vivido juntos. Soy consciente que tarde o temprano me dejará y me dolerá, pero nunca tomaré distancias para evitar el dolor. Lo asumiré y me quedaré con todo lo bueno que me ha dado durante todos sus años de vida.

#NuncaDejéisDeSonreír


Deja un comentario

El limón al pollo

Ya he llegado a comentar que el tema de cocinar es algo que me gusta y que me entretiene mucho. Durante la cuarentena pude aprovechar para probar recetas nuevas como los bizcochos, pero ahí no se ha quedado la cosa.

Recuerdo que hace ya bastantes años, cuando aún iba al instituto, decidí ser yo el que se pusiera en la cocina los domingos. Buscaba recetas y me ponía manos a la obra. De esa manera le daba una “tregua” a mis padres (al final ellos tenían que limpiar mi estropicio, pero bueno) y encima yo aprendía a cocinar.

Por desgracia, entre unas cosas y otras aquello no duró mucho. Todo terminó volviendo a como funcionaba antes de tomar esa decisión. Sí que cocinaba de manera puntual en algunas ocasiones, pero no se volvió ningún hábito.

Hasta que apareció el confinamiento y empecé a volver a tener esas ganas y esa curiosidad por experimentar en la cocina. Comencé con los bizcochos, como ya dije, pero estas últimas semanas, mi madre encuentra recetas nuevas y me las propone. Ya he aprendido a hacer un par de salsas nuevas que pegan con diferentes tipos de carne. Encima, sigo las cuentas de realfooding (la práctica de alimentarse a base de comida “real” y evitar la que está procesada) y ponen un montón de recetas sanas y que están muy interesantes, como por ejemplo las galletas que hice el otro día. ¿Habéis oído eso de “la práctica hace al maestro”? Pues a mí aún me falta mucha a la hora de cocinar. Más todavía en la repostería, los bizcochos fue el primer bollo que hice en mi vida. Así que, contaros que le eché dos cucharaditas de sal a las galletas ya es prueba suficiente de que necesito varios intentos antes de que salgan bien. Traté de arreglarlo, pero no fue del todo un éxito aunque tuvieran un buen aspecto. A la próxima tendré que leer mejor la receta (ponía ½ cucharadita de sal y yo decidí ver solo un 2).

También la pifié con el pollo al limón, o más bien el limón al pollo, que hice hace poquito. Ese día, mi estómago me recordó constantemente que echar el jugo de 3 limones a la salsa no salía rentable para dos comensales. Al final tocó enfrentarlo con humor y yendo a la nevera cada dos por tres para compensar lo poco que comimos al medio día.

Sin embargo, después de dos recetas con un mal resultado, le llegó el turno a una en la que no dejé ni un trocito de comida en el plato. Pechuga de pollo con una salsa de cebolla y ajo. Mientras que mi madre se encargó de las patatas, yo me puse con el resto y según avanzaba todo, ¡veía como por fin me salía bien la comida! A pesar de que no requiera mucho esfuerzo, siempre cabe la posibilidad de liarla y preferir no comer, pero en esta ocasión no fue así. Y ver como los platos se quedaban vacíos me llenaba de orgullo.

Creo que aquí nace mi ilusión por cocinar. El que tu familia o tus amigos te digan lo rico que está me alegra una barbaridad, me sacan una sonrisa. Teniendo en cuenta que yo tardo mucho más en determinadas situaciones (cortar en trocitos los alimentos o empanarlos o lo que sea me cuesta un poco más) y que tengo que adaptarme a ello, me satisface mucho más al conseguir un buen resultado. Es otra forma que tengo de demostrarme a mí mismo que al final, la discapacidad, no es más que la prueba de que una misma cosa puede tener diferentes caminos para llegar hasta el final.

#NuncaDejéisDeSonreír


Deja un comentario

Te escribo a ti

Te escribo a ti porque no necesito gritar a los 4 vientos lo poderosa que eres. Porque nadie merece saber quién eres sin conocerte primero. Esa chica valiente que trata de cargar con más piedras de las que debe, para aligerarle el peso a los demás. Tú que te haces la dura, pero que te quiebras cuando se te abraza. Y aún así sacas las alas para volar y mostrarle a todos que se puede tocar el sol sin quemarse. Capaz de incapaces. Rompedora de imposibles. La chica que carga con fuerza y embiste muros. Pero que sabe que después tocará llorarle al destrozo. Ella, que sabe emocionar y emocionarse. Que sabe conocer y conocerse. Ella, que quiere más cuando hay menos y que ve donde no hay qué ver. Quiere con luz porque la oscuridad le aterra. Ya tuvo su sombra cubriendo su sol, y le basta. Le basta para querer bien. Y ni los gatos viven tanto como ella. Con la intensidad de un fuego prendido. Batallando a cada segundo como el guerrero más valiente. Protegiendo a indefensos y enseñando a caminar. Mostrando que caer es de valerosos que vuelven a alzarse para volverse a tropezar. Ella, aprendiéndose cada día un poquito más. Esa chica profunda que flota en el cielo. Tú que me sabes querer. Te escribo a ti porque vales aquello que nunca creíste valer.


Deja un comentario

El lado positivo

Es curioso como en esta cuarentena (de la cual por fin vamos a salir, o eso parece) hemos descubierto cosas de nosotros que estaban reprimidas, ocultas o como queráis llamarlo. Además de sacar valor para hacer otras que no nos plantearíamos sin haber sufrido esta pandemia. Encima hemos dedicado más tiempo a aquello que no le prestábamos apenas atención, salvo la justa y necesaria.

En mi caso, por un lado, me puse con la papiroflexia. Era algo que hacía de pequeño, mi padre me enseñó a hacer varias figuras y de vez en cuando nos poníamos ambos a hacer alguna de ellas mientras tomábamos algo en algún chiringuito.

Evidentemente yo no recordaba hacer las mismas figuritas, así que terminé viéndome muchos tutoriales de diferentes animalitos hechos de papel. Algunos muy elaborados, los cuales se reconocen a la perfección y otros… bueno, cada uno que le eche imaginación. Y aunque los vídeos pudieran durar unos 5 o 10 minutos, yo podía echar casi la tarde entera haciendo solo dos figuras. Cosas de mancos. Y lo gracioso es que la mayoría se los daré a algunas personas que sé que les hará ilusión tener algo así.

Por otro lado está la repostería. La cocina en sí me gusta, pero nunca le dediqué tiempo a los dulces, hasta que mi madre descubrió cómo hacer bizcochos de una manera muy sencilla. Los primeros que hicimos eran muy básicos, los típicos de naranja y el de limón. Pero en cuanto a mí me das unos conocimientos básicos sobre algo, yo acabo investigando y experimentando con ello. Así que terminé probando a triturar nueces para echarlas a la masa, además de echar algunos trocitos más grandes para que hubiera algo más consistente al comer un trozo de bizcocho. Encima le echamos azúcar glass. Puestos a pecar, lo hacíamos ya del todo.

Tuvo mucho éxito en mis redes sociales, pues publiqué vídeos cortitos de cómo lo iba haciendo. Y admito que se convirtió en uno de mis bizcochos favoritos junto al de limón. Va a ser que no se me da mal eso de cocinar.

Y mi mayor locura durante esta cuarentena ¡fue la de raparme! Llevaba tiempo queriendo hacerlo, pero sabía que no me iba a gustar, teniendo en cuenta que soy de los que tiene un flequillo destacable. Pero yo no sabía si me iba a quedar bien si no lo probaba, además de que empezaba a ver el pelo asomar en cuanto subía un poco la vista y eso me ponía muy nervioso.

El problema era que mi maquinilla de afeitar no estaba hecha para tanto pelo y nos tiramos, mi madre y yo, día y medio para dejarme lo mejor posible sin estropearlo mucho. Fue raro verme con tan poquito pelo, pero poco a poco me fui acostumbrando.

Lo mejor de aquello fue la cara de mis amigos cuando hicimos una vídeollamada. Los ojos como platos y la boca muy, pero que muy abierta de la sorpresa que se llevaron. No se lo esperaban para nada y eso que llevaba días comentándolo.

Después de 4 semanas y pico ya me ha crecido bastante y la verdad es que me veo bien. Supongo que es cuestión de acostumbrarse. Además de que a mucha gente le gusta el corte. Ahora ya sé que si necesito un nuevo cambio, puedo acudir de nuevo al rapado.

Al final, entre unas cosas y otras, le he ido dando la vuelta al confinamiento y le he sacado mucho provecho. El tiempo que he tenido ahora lo he aprovechado más y mejor. Incluso empecé con proyectos que tenía pendientes desde hace tiempo.

A pesar de la desgracia y el distanciamiento que ha traído, yo he vuelto a sacar el lado positivo de todo esto. Requiere su esfuerzo ver más allá de que lo que vemos y oímos cada día en los medios y en las redes sociales, pero al final, poniendo ganas, se puede.

#NuncaDejéisDeSonreír


Deja un comentario

Miedo

Supongo que no hay mayor miedo que el que uno mismo se genera en su cabeza. Y por desgracia, los miedos siempre te impiden avanzar; te bloquean o más bien hacen que huyas en la dirección contraria y al final te pierdes. Te desvías de tu camino y coges ese vicio a asustarte una y otra vez y huyes constantemente. Tal vez por no volver a encontrar el rumbo o quizá porque sigues creando esos monstruos que tanto te asustan aun pensando que no son creación tuya. Y solo cuando te das cuenta de que tú tienes el poder de destruir aquello que creaste podrás volver a avanzar…


Deja un comentario

El sol

Y seguimos de cuarentena otra semana más, o eso creo, hace tiempo que perdí la noción del tiempo. Ya no sé ni en qué día vivo.

A decir verdad, no le vería ningún problema sino fuera porque la mayor parte del confinamiento lo he pasado con un cielo gris, con lluvia e incluso alguna que otra tormenta. Tengo un precioso jardín que podría aprovechar todos estos días, pero sin sol es algo complicado. Y sí, he dejado claro que a mí el invierno y el otoño no me convencen mucho. Tengo claro que cada estación y cada situación meteorológica tiene sus cosas bonitas, la nieve me flipa una barbaridad, teniendo en cuenta que no la veo casi nunca. Pero cuando el cielo encapotado se vuelve una constante dejo de verle lo bonito. A esos colores apagados les queda poco para apagarme a mí y eso no lo hace cualquiera.

Aun consigo entretenerme con miles de cosas, no me pude aburrir todavía. Netflix tiene muchas series y películas que no tienen pérdida alguna, tengo muchos libros por leer, juegos que jugar, familia y amigos con los que charlar. Sin embargo, el ánimo con el que enfrento la situación cambia un poquito por el clima por el que estamos pasando. Posiblemente haya conseguido que no me afecte casi; trato de convertir lo malo en un estado lo más neutral posible o incluso positivo, sacando algún aprendizaje de ello. De esa forma, las situaciones complicadas dejan de ser tan jodidas, hablando en plata. En este caso, con esos colores grises en el cielo, he logrado neutralizarlo todo lo posible y he descubierto que en cuanto sale un rayito de sol vuelvo a sonreír sin darme cuenta. Hago las cosas con más energía y con muchísima más ilusión.

Por suerte ayer tuvimos un día de verano y lo pasé prácticamente todo el tiempo fuera, leyendo, haciendo algo de deporte y jugando con mi perra. Incluso acabé poniéndome moreno. No paraba de estar de broma con mi madre. Me reía por cualquier cosa. Todo tenía algo bonito por lo que sonreír. El ánimo era distinto, era más positivo.

Y es que al parecer el sol tiene esa capacidad. Es capaz de cambiar nuestro estado de ánimo. En algunos casos a peor (hay gente que odia el calor, el estar sudando y esas cosas típicas que a mí no me desagradan). Sin embargo, en mi caso, y quiero creer que en el de la mayoría, lo cambia a mejor. Las cosas se toman con mejor humor, no nos afecta todo de manera tan personal. Nos relajamos y nos despreocupamos como si el sol fuera capaz de echar nuestros males afuera. Y ojalá fuera así, pero al menos nos despeja la mente por un tiempo.

No quiero imaginarme pasar un mes entero o más con el cielo gris porque, en nuestro caso, ni siquiera llega a llover la mayoría de las veces. Simplemente  no permite dejar al sol hacer su trabajo. La madre naturaleza ha decidido jodernos a base de bien. Así que yo he decidido resistir y hacerle frente con más energía todavía.

#NuncaDejéisDeSonreír