Kevin Mancojo

Diario de a bordo


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Después de tantos meses

Debido a la situación actual con el tema pandemia, covid, nuevas normas, etc. al final paso mucho más tiempo en casa para evitar líos. Pero hace unas semanas, concretamente la semana de la discapacidad, tuve varias charlas organizadas por diferentes entidades. Por fin pude volver a la carga después de tantos meses sin hacer gran cosa. Ya lo echaba en falta. Es en estos casos cuando sé que lo mío es inspirar a los demás con mi historia.

La primera charla fue con Mapfre, dirigida a distintas asociaciones y a los usuarios de dichas asociaciones relacionadas con la discapacidad. Con esta ponencia descubrí la importancia de tener un público delante, pues se hizo vía Zoom, sin ver yo ningún rostro. De estar acostumbrado a oír reír a la gente con mis bromas, a no saber si ni siquiera ha hecho gracia el chiste. Se hacía raro no ver las expresiones en la cara de la gente. No había feedback (respuesta del público ante mi charla). Pero aun así me gustó esta nueva forma de llevar a cabo estas jornadas. Yo pude hablar hasta por los codos, que eso es muy mío. Me quedo con la idea de haber podido inspirar a todas esas personas que estaban al otro lado. Seguramente que, de una forma u otra, les fue útil, aunque yo no lo viera en sus rostros.

Unos días después me tocó volver al instituto al que llevo yendo ya unos 5 o 6 años, el IES Antonio Menárguez Costa. Me llamaron las orientadoras con las que ya tengo confianza. Querían saber si a pesar de todo, me atrevía a ir de manera presencial para contarles mi historia a los chavales. Evidentemente que sí, mientras se cumplieran las normas de seguridad, ¿por qué no? Aquel centro ha empezado a convertirse en un hogar más para mí. Al poco de llegar el primer día, volví a ver a los diferentes profesores y profesoras que conocí los años anteriores. Se alegraron de tenerme por allí y yo por volver a verles y poder pisar sus aulas.

En este caso sí pude ver las reacciones de los chavales, a pesar de las mascarillas. Que por cierto, esto último me recuerda lo mal que lo pasé contar lo mismo durante 3 horas seguidas a diferentes clases (las tres últimas charlas fueron prácticamente sin descanso) con la maldita mascarilla. Proyectar la voz no era fácil, debía alzarla más de lo normal y lo noté. Terminé más agotado de lo normal. Pero mereció la pena, disfruté viendo como alucinaban con mi historia y con todas mis locuras. Ojalá les sirva para tener ganas de crecer en todos los sentidos posibles.

La última, la más diferente de todas. Se estaba llevando a cabo un curso online sobre los objetivos de desarrollo sostenible, la cultura pop y la forma de concienciar a los jóvenes. En esta, que también fue vía Zoom, me pidieron hablar más de mi conexión con los chavales en mis redes sociales y la forma que tengo de llevarlas para tratar de cambiar e inspirar los mundos interiores de las personas. Es algo que disfruto desde hace tiempo; llevo a cabo juegos con las herramientas que me da, en este caso, Instagram. O explico cosas de tal manera que genero curiosidad en las personas que me ven. Además de tratar temas muy mundanos, temas que se cruzan en la vida de la gente tarde o temprano (el amor, la forma de expresarnos, la felicidad, la muerte…). Expliqué todo esto y mucho más en aquella charla. Terminé contento a pesar de haber sido tan distinta a lo habitual. Además, como fuimos apenas unas 8 personas, pudimos interactuar entre todos, compartir experiencias, contar nuestros truquitos, etc. Fue muy gratificante.

Como dije, llevaba mucho tiempo sin poder dar charlas, incluso me volví a sentir nervioso con la primera que di, casi como si volviera a empezar. Y sin embargo, volver a darlas me dio pie a que quisiera volver a sentirme útil y productivo, así que me puse las pilas y decidí mejorar y avanzar con mis proyectos. Una prueba  más que demuestra que yo también saco algo en positivo de mis propias charlas. Ojalá vuelva a poder dar más dentro de poco y no tenga que esperar otros tantos meses.

#NuncaDejéisDeSonreír


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Entrevistado por La Forte

Llevo ya un par de meses más o menos escuchando podcasts. Amigos míos escuchaban algunos y hablando con ellos sobre el tema, me llenaron de curiosidad. Así que entre unas cosas y otras caí en el podcast de Enric Sánchez y La Forte: “Sí es lo que parece”. Me parecieron geniales, eran divertidos,  hablaban de cosas cotidianas y encima te podías ver representado en muchas de las cosas que contaban. El hecho de que sean pareja y tengan tanta confianza influye en lo bien que se lo puede pasar uno escuchándoles. Fue en ese programa donde descubrí que ella, La Forte, tenía su propio podcast: “Mi patio de vecinas”, donde entrevista a todo tipo de personas para que cuenten su vida. Por lo tanto, me descargué la app de Podimo, que es donde tienen sus programas, y me dediqué por varias semanas a oír sus historias hasta ponerme al día.

Al poco de descubrir a ambos, por Twitter los mencioné diciéndoles que se habían convertido en mi nuevo pasatiempo. Y unos días después recibí un mensaje privado por Instagram de La Forte. Quería una entrevista conmigo. No me lo esperaba para nada y me sentí eufórico. Alguien perdido en un pueblo de Murcia entrevistado por ella. ¿Quién se lo iba a imaginar? Mueve a mucha gente, tiene un público de la leche, conoce a gente increíble y yo, por escribir un simple tweet, acabé siendo entrevistado por La Forte.

Parecía un niño pequeño contando los días para que llegara el día de la entrevista. Y cuando llegó hasta me puse nervioso, algo que no me pasa muy a menudo. Por suerte se me pasó rápido. Encima ella lo hace todo muy ameno, divertido y con mucho cariño.

Tiendo a analizar a los periodistas (ella lo es) desde que empezaron a hacerme entrevistas más a menudo por todas las locuras que he llevado a cabo. Trato de ver hasta dónde indagan sobre mí y qué tipos de preguntas hacen. No todos son saben que nací en Alemania, ni son capaces de hacer que hable de temas muy profundos e intensos. Pero con ella pude hacerlo. Además de darme el lujo de extenderme todo lo que quisiera. Es lo que me gustaba de sus programas, permite al entrevistado contar todo lo que le plazca, para eso está su podcast. Y puesto que yo hablo hasta por los codos (chiste de los malos), terminamos haciendo un programa de lo más interesante para sus oyentes.

Hablé de mi discapacidad y la forma que tengo de naturalizarla desde el humor, de la capacidad de mis padres de hacerme lo más independiente posible, de mis anécdotas sobre la autoestima y el amor propio. Expliqué mi experiencia escolar y conté cómo nacieron mis charlas. Y, esto y mucho más, dieron pie a unos 50 minutos de programa en el que permito a otras personas conocer un poquito más cómo somos las personas con discapacidad. Y muchas otras se sintieron identificadas conmigo por formar parte del colectivo.

Tal fue el impacto en su publico que empezó a seguirme muchísima gente en redes sociales. Recibí mensajes felicitándome por la entrevista, otras compartieron el programa por Instagram, me mencionaron en sus comentarios, etc. Vamos, que tenía el móvil ardiendo con las notificaciones.

Soy consciente de la repercusión de mi persona y de mi historia (a día de hoy lo soy), pero sigue constándome creer la fuerza que le doy a la gente y el buen rollo que transmito, motivo por el que creo que tengo tanta gente caminando a mi lado y apoyándome en mis locuras. Al final nos retroalimentamos; si nadie me siguiera, apoyara y contara las ganas que le doy de crecer, yo no haría lo que hago. No serviría de nada. Y que me lleguen correos electrónicos para pedirme entrevistas y recibir mensajes después del publico me motivan para continuar con el camino que he tomado.

Así que con la entrevista me convertí en un descubrimiento para muchísimas personas y yo recibí un buen chute de energía para seguir con mis proyectos. Desde que sé que soy un faro para la gente, quiero tratar de darle luz al mayor número de personas posibles.

Gracias, muchas gracias por las oportunidades que me dais, por el apoyo y por todo aquello que me llena de energía y que le da sentido a todo lo que hago.

#NuncaDejéisDeSonreír

(dejo aquí el link para que podáis descargar la app de Podimo y así escuchéis la entrevista)

 


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Los peques

Sé que hace poco ya estuve hablando de las charlas que doy y que cada vez son más y a más colectivos. Pero es que hace muy poco tuve otra en un colegio y quería hablaros de los peques.

Cuando das una ponencia debes saber llegar, no solo con la historia, también en la manera en que la cuentas. Al fin y al cabo, a un adulto no le sorprenden tantas cosas por todo lo que ha podido vivir y al adolescente le importan tres cominos todo lo que no tenga que ver con su propia vida. Sin embargo, los que son de primaria han vivido tan poquito que con nada ya les sorprendes.

Por norma general, antes de que yo vaya, los maestros les ponen al día: les cuentan quién soy, les ponen mis vídeos, les hablan de la discapacidad, etc. Y claro, llega Kevin Mancojo, ese chaval que sale en Youtube, que ha cruzado el Mar Menor nadando, que aparece en internet, y los peques alucinan a colores cuando me ven aparecer. Me tratan como si fuera un famoso.

Me emociona, me emociona pensar que puedo calar muy hondo en los más peques. Aquellos que se quedan hasta con el más mínimo detalle me hacen vivir con más fuerza las charlas que les doy. Saber que les descubro un mundo nuevo (la discapacidad) hace que vaya con muchas ganas, aunque sepa que tenga que repetir lo mismo a dos, tres o cuatro cursos distintos. Ver las caras de asombro, notar como dejan de tener prejuicios según les muestro algunas de las cosas que soy capaz de hacer, sentirme un ser extraordinario para ellos… Paso de ser alguien que era incapaz de coger una pelota, a alguien que mola mucho y que hasta se ha cruzado el Mar Menor nadando.

Sensibilizar desde tan temprana edad es algo a su favor. Yo no pretendo demostrarles que el mundo es de rosa, sino que aunque a veces las cosas parecen estar muy jodidas, aun se puede seguir adelante. La actitud, las ganas, la constancia, el apoyo de los demás y otros factores hacen que uno siga tirando del carro aunque pese.

Además, me hacen dibujos, me escriben cositas o me piden que les firme en un papel por la admiración que sienten hacia mí. Pero es que yo me quedo con su curiosidad, con sus preguntas y su interés por conocer mi mundo. Es increíble ver cómo llegan a preguntarme si conduzco, si vivo solo, si he sufrido bullying o, incluso, si he llegado a plantearme quitarme la vida en algún momento.

Al final de la charla también me llega al alma saber que quieren un abrazo, donde descubro el desbordante amor que tienen en ese cuerpo tan pequeñito. Ahí ya cogen confianza y empiezan a estar pegados a mí y a preguntarme de manera más privada y, sobre todo, a tocar mis manos. Soy consciente que, así de primeras, debe dar una sensación rara el pensar en tocarlas. Pues imaginad la alegría que me da cuando se atreven a algo así. Yo se las ofrezco en el momento en el que veo que tienen curiosidad y no tardan ni dos segundos en tocar mis manos.

Con todo lo que os he contado, pensad lo que ocurrirá cuando vean a otra persona como yo. No tendrán miedo, confiarán en sus capacidades y sabrán que puede ser tan independiente como cualquier otro ser humano. Vamos, lo que viene siendo no juzgar a nadie por las apariencias. De ahí la ilusión con la que voy a los colegios, es mi forma de quitar a tiempo la venda de los ojos y evitar el desconocimiento por algo tan natural como la discapacidad.

Por suerte no soy el único que trata de sensibilizar a la gente y es una labor gratificante que tendrá su beneficio en próximas generaciones. Ojalá se eliminen de una vez por todas los prejuicios hacia las personas, sea por la condición que sea. Al fin y al cabo simplemente somos humanos.

#NuncaDejéisDeSonreír


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Mi regreso a la piscina

Hoy sí, ¡hoy ya puedo hablaros de mi regreso a la piscina! Tenía ganas de hablaros de este tema porque es una parte bastante importante de mi vida.

Después de mi reto de cruzar el Mar Menor a nado, solo volví a nadar una vez más, y porque fue una invitación a otra travesía. Fue en Cabo de Palos (la Timon Cup) y ni siquiera llegué hacerla entera por temas de falta de tiempo y demás. A pesar de todo, la experiencia me encantó; era mar abierto y era muy distinto. Impresionaba más por la idea de saber que te podías cruzar con cualquier criatura marina. Además del oleaje y las corrientes que pudiera haber.

Sin embargo, tras aquella travesía, la natación pasó a un plano muy alejado de mis prioridades. Necesitaba desconectar de ese entorno. Le había dedicado muchas horas de entrenamiento para cruzar el Mar Menor y también de entrevistas relacionadas con ello. Lo cual me saturó bastante y traté de desvincularme a nivel personal de todo este tema.

Evidentemente estoy orgulloso de ello y mucha gente me conoce por la hazaña. Incluso en mis charlas cuento la experiencia. Además de tener los recortes de periódico. Pero dejé de nadar. Mi cuerpo me pedía que no siguiera, que me tomara un descanso. En la vida hay momentos para todo y en aquel instante decidí desconectar.

Un año y pico más tarde volví a ponerme el gorro y las gafas. Como ya dije en otra publicación, quería dedicarme tiempo a mí mismo, y la piscina es una de tantas cosas que me componen. Además de ser mi lugar de desconexión y el mejor momento para dar vía libre a mis ideas y pensamientos. No poder comunicarte con otros mientras nadas da para darle vueltas al coco (en el buen sentido).

He de admitir que en mi caso requiere un esfuerzo brutal el ir a la piscina. Voy cargado con mil cosas, el cambiarme de ropa y de prótesis (paso de la pata chula a la pata acuática), estar congelado de frío al principio, volver a cambiarme una vez más al acabar, etc. Da bastante pereza tener que pasar por todo eso y me quitan bastante las ganas de ir a nadar.

Pero es que, una vez que ya estoy en el agua, parezco Nemo, el pez payaso de Pixar (por aquello de que tiene una aleta más corta que la otra). Me encuentro muy a gusto nadando, siento el compromiso de aprovechar el tiempo, me vuelvo exigente conmigo mismo al hacer los ejercicios, noto la mejora física poco a poco (es brutal lo completa que es la natación) y salgo de allí con un buen chute de energía.

Hacer deporte segrega hormonas, las cuales están relacionadas directamente con esa sensación de bienestar y de motivación que sentimos al acabar de hacer ejercicio. Así, pues, cuando termino mis 26 largos (por ahora) siento unas ganas tremendas de ¡COMER! Sí… lo primero que tengo es hambre. Pero después de llenar el buche ya me apetece ser productivo y avanzar con mis cosas. Encima acabo de buen humor y con una sensación de haber hecho algo de provecho para mi salud. Termino sonriendo más de lo normal.

Es algo que echaba de menos y que necesitaba otra vez. Igual que el cuerpo me pidió en su momento que descansara, ahora me gritaba que volviera a la piscina. Supongo que es una buena forma de recargar las pilas de manera más habitual para continuar con mis proyectos y de seguir dedicándome tiempo para continuar creciendo a nivel personal.

Espero que esta vez no me sature, más que nada porque, para mí, es el mejor deporte que podría hacer en todos los sentidos posibles. Trataré de tomármelo como un hobbie y, sobre todo, de no ahogarme hasta que vuelva a recuperar la resistencia física que tenía el año pasado.

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III Congreso de Locura por Vivir

El martes pasado pude asistir de nuevo al III Congreso de Locura por Vivir. Un congreso del que, una vez terminado, no te quedas indiferente. Sales habiendo llorado y reído, pero sobre todo lleno de energía y con ganas de mover el culo.

Marian y Laura son las organizadoras de estos congresos y cada año consiguen mejorarlo. Se dejan la piel para traer gente con historias y un recorrido increíble. Incluso buscan patrocinadores para que la entrada sea gratuita. No pagas nada para ver a personas como Salva Espín (uno de los ilustradores de Marvel) o Saúl Craviotto (piragüista olímpico). Es algo que se les debe valorar.

Por norma general soy yo el que insufla a la gente las ganas de comerse el mundo. Es más, ellas contactaron conmigo en una ocasión para dar una ponencia en la Jornada “Lánzate”. Fueron unas 850 personas las que tuve ante mí y me ilusioné como un niño pequeño. Nunca tuve una oportunidad tan grande y me sentí lo más vivo que podía sentirse alguien al que le apasiona inspirar a los demás gracias a su historia.

Sin embargo, a veces me convierto en un mortal como el resto del mundo (nótese la broma), y necesito recibir un poquito de inspiración. Ser yo el que se sienta a escuchar a otros me recarga las pilas para seguir avanzando, para darme la motivación suficiente como para empezar con mis proyectos o con lo que sea por lo que esté pasando en ese momento.

Y eso me pasó el martes en el congreso. Salí de allí con ganas de volver a empezar a ir a la piscina (sobre eso hablaremos la semana que viene) gracias a Saúl Craviotto. Empezó a hablarnos del compromiso con uno mismo, de las exigencias que hay que imponerse a veces. Pero a la vez, tener la libertad de desconectar y pasar tiempo con tus seres queridos.

Me entraron muchísimas ganas de comprarme libros por “culpa” de Magdalena Sánchez Blesa  (poeta) y Patricia Ramírez (psicóloga de la salud y del deporte). Esta última hablaba de prácticamente todas las cosas que forman mi filosofía de vida: el valorar hasta el pequeño detalle, despreocuparte por aquello que aún está por llegar, dedicarte tiempo a ti mismo, saber focalizar tu energía, etc. Me veía representado constantemente, de ahí el querer leerme algunos de sus libros. La psicología es algo que me encanta y a menudo leo sobre ello para entender más la mente humana. Sé cómo funciona la mía, pero no sé cómo funcionan todas las demás.

No quiero dejar de lado a Magdalena porque, a decir verdad, con ella se me saltaron las lágrimas con cada poema que recitaba. La intensidad y la vida que le daba a las palabras era algo fuera de lo normal. Sus textos ni siquiera hablaban de algo abstracto o retorcido como la poesía de hoy en día. Al contrario, eran poemas relacionados con cosas muy banales, del día a día de cada persona. El pelo se me erizaba constantemente. Y encima sentí que era una de esas personas a las que podría escuchar durante horas y horas, pero no solo recitando poemas, sino contando su vida y sus experiencias. Magdalena rezumaba sabiduría.

Con la que definitivamente lloré fue con Ángela Molina, hija de Marian (una de las organizadoras) y superviviente, dos veces, de cáncer. Yo ya la conocía con anterioridad, pude conocerla un día que estuve en Murcia. Incluso nos seguimos en redes sociales y charlamos de vez en cuando. Pero lo curioso de ella es que no es conferenciante. Ella está estudiando diseño gráfico. Sin embargo su historia es inspiradora, su madre lo sabe y trata de hacer que nos inspire a los demás. El martes ella hizo magia ante casi 2.000 personas; la música es su salvavidas, su refugio y lo fue más cuando sufrió los dos cánceres. Así que nos cantó una canción que salía de lo más profundo de su corazón. El público la acompañó con las linternas de los móviles y de repente dejamos de estar en un congreso para estar en un concierto suyo.

Me emociona saber que alguien que cree que no inspira, es capaz de darnos vida con su música.

Y eso que estaba nerviosa, se notaba la ausencia de la experiencia. O sea que imaginad lo que hubiera conseguido estando segura de sí misma. Yo ya le he dicho que le terminará cogiendo el gusto y acabará en muchos escenarios motivando a la gente con su historia y su música. Yo, sin ser familia, estoy muy orgulloso de ella y de lo que ha conseguido con tan poquita práctica.

Como dije, salí de allí muy motivado, con ganas de muchas cosas. Ya he empezado a nadar otra vez, falta comprarme los libros de Patricia y Magdalena para aprender un poquito más de psicología y para bañarme en las palabras de la poeta. Quiero seguir subiendo los peldaños de la vida poco a poco, ayudándome de todas las historias que se puedan cruzar en mi camino.

Yo ya estoy impaciente por ver qué tienen en mente Marian y Laura para el futuro y, salvo que tenga algo entre manos (chiste), estaré ahí para apoyarlas y para recargar las pilas. Necesito seguir inspirándome de vez en cuando para inspirar a los demás.

#NuncaDejéisDeSonreír


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2020

Sé que aún no hemos acabado el año, pero septiembre es un mes en el que comienzan nuevas etapas y nuevos proyectos. Y yo he decidido que esta vez me voy a dedicar tiempo a mí mismo.

Llevo ya unos 2 o 3 años donde todo lo que hago, en cierto modo, se proyecta hacia fuera. Me explico: comencé a meterme en proyectos y a colaborar con personas ayudando a llegar a sus objetivos y a cumplir sus metas. Y no sabéis la cantidad de cosas que he aprendido en todo ese tiempo. Siempre me ha gustado ayudar y siempre lo haré, pero no esperaba sacar tanto aprendizaje durante el proceso de todas las ideas y propósitos que tenía la gente.

He tratado con la inclusión en los recreos de algunos colegios gracias al proyecto PIAR (Proyecto de Inclusión en el Área de Recreo) de la Fundación de RafaPuede. Era increíble ver como los niños al final se ayudaban entre ellos para jugar. He normalizado la diversidad funcional con Capacesde; no por tener una discapacidad eres un bicho raro, ni eres un héroe, simplemente eres una persona que hace las cosas de una manera diferente. Descubrí un mundo nuevo cuando me metí en el proyecto “La educación global empieza en tu pueblo”. Apenas sabía sobre los objetivos de desarrollo sostenible que buscan equilibrar la balanza en la sociedad y mantener vivo el planeta. Ni siquiera sabía que el mundo se estuviera muriendo a esta velocidad. A través del proyecto MACHO aprendí que la música, un lenguaje universal donde todos se podían entender por igual, se convertía en un bonito refugio para algunas personas. Gracias a mi profesora de teatro pude hacer reír a niños con el teatro infantil. Además aprendí a improvisar bastante, con los pequeños nunca sabes lo que te puedes encontrar así que…

Y así podría tirarme un rato más, mostrando todo en lo que he formado parte y todo lo que he aprendido estos años. Y no me arrepiento de nada, incluso volvería a repetirlo sin dudarlo.

Sin embargo, comencé a construir mi camino más o menos en el 2014. Empecé con las charlas de motivación, nació este blog, acabé abriendo mi canal de Youtube, me tomé en serio la fotografía…

Todo esto, y alguna que otra cosa más, era mío. Lo que proyectaba por aquel entonces era todo para mí, era una proyección hacia dentro, hacia mi crecimiento y descubrimiento personal.

Aunque todo lo que he mencionado sobre mi comienzo iba dirigido hacia un público (que con el tiempo ha crecido muchísimo y le doy las gracias), realmente estaba encontrándome a mí mismo. Por aquel entonces necesitaba saber cuáles eran mis pasiones, a qué le dedicaría tiempo de verdad, qué inquietudes tenía, qué quería hacer con mi vida…

Pude responder todas aquellas preguntas a lo largo de los meses, pero poco después me vi envuelto en un proyecto detrás de otro sin ni siquiera darme cuenta. Una cosa llevó a la otra y… Bromas aparte, una vez que me vi metido en este mundo, me vinieron más propuestas que casi nunca rechazaba. Supongo que en cierto modo, aún seguía descubriéndome a mí mismo y, participando en todas estas ideas, podía saber qué era lo que me mantenía vivo.

En cambio este año… He decidido parar en seco. Necesito volver a donde comenzó todo, a mis pasiones, a donde yo pueda decidir qué, cuándo y dónde. Quiero volver a dirigir mi vida sin estar comprometido con los demás. Más bien quiero un compromiso conmigo mismo.

Me apetece volver a tragarme tutoriales en Youtube para saber cómo mejorar a la hora de editar vídeos, descubrir fotos en Instagram que se conviertan en ilusión para coger mi cámara y tirarme horas apretando el disparador, aprovechar los momentos de lucidez para escribir y plasmarlo aquí, poder decir que sí a las charlas motivacionales que me propongan. Simplemente quiero mejorar en aquello que sé que se me da bien.

Tengo varias ideas y proyectos que no he podido sacar de mi cabeza porque no me daba la vida para ello y, ahora que he parado el tren en el que me subí, aprovecharé el tiempo.

Espero explotar todo lo posible mis capacidades y seguir encontrando cosas nuevas que me hagan sentir vivo. Y me encantaría seguir emocionando a la gente haciendo lo que me gusta. Así que, 2020, agárrate que Kevin Mancojo va a llegar con fuerza.

#NuncaDejéisDeSonreír


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La experiencia hace al maestro

Hoy he tenido otra charla en mi antiguo instituto y ha sido genial. De verdad, cada vez salgo más contento de mis ponencias.

Creo que había unos 90 alumnos. A muchos de ellos los conozco, pero aun sin conocerlos, los nervios ya no me ganan en estos casos.

Cuando tenía el ordenador en el «taller» decidí ordenar mis ideas, las que voy contando en las charlas. Lo hice para ver cuál era la mejor forma de hilar todo (siempre improvisaba) y lo curioso es que llegué a ese punto en la penúltima ponencia. Hablé, hablé y hablé, y me di cuenta que todo iba rodado; hacía uso de mi blog, iba de una entrada a otra, puse un vídeo que me daba pie a un tema, etc. Todo encajaba tan bien que aproveché para hacer ese esquema en sucio y por ahora, ese orden cronológico, es el mejor de todos.

He dejado atrás algunas historias para inroducir otras que me surgieron de la nada en las charlas más recientes y que resultan mucho más importantes. Mi tono de voz… es interesante, creo que los alumnos no se dan cuenta, pero lo cambio, y mucho. Inicio muy enérgico con un tono posiblemente más agudo del normal y según pasa el tiempo desciendo poco a poco hasta que los tengo a todos poniendo la oreja. Gesticulo más que algunos que tienen manos (a veces hasta me paso, creo yo). Me muevo con mucha naturalidad por todos lados. Y todas estas cosas ha sido en cuestión de días (en las que tuviera charlas, claro). He notado un cambio tremendo en las últimas, es como si de golpe aprendiera de los errores de las demás.

Y por supuesto, tengo cosas para corregir, pero el cambio ha sido tan brutal que en estas últimas ocasiones hubo un par de personas que se esforzaban en no dejar salir la lágrima. El mero hecho de sentirme yo cómodo y ver que he cambiado mucho en la forma de estar frente al público ya me saca una sonrisa, pero eso de que haya personas que se emocionen… eso para mí era impensable.

Solo explico mi vida y mi filosofía, no soy diferente a los alumnos, solo he vivido unos pocos años más que ellos. No me considero para nada alguien que les tenga que dar una lección, solo alguien que les puede ayudar para hacerles ver que no todo es tan negro como parece.

Quise grabar un poco cómo es un día de charla y bueno… aquí tenéis:


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El talento

Ayer empecé un curso de coaching. Esta palabra inglesa que se ha puesto tan de moda actualmente es un método para sacar la mejor parte nosotros para poder rendir con la mayor capacidad posible. En realidad tiene diferentes definiciones (la que os he explicado tiene parte de mi propia cosecha), creo que es difícil encontrar dos iguales, pero sí que todas quieren transmitir lo mismo: debemos sacar lo positivo que tenemos en nuestro interior, mentalizarnos a ello y sacarle el mayor jugo posible.

El curso tiene pinta de que me va a gustar porque con el profesor comparto muchas ideas, pero de lo que quería hablar, que fue lo que me llevé del día de ayer, es que tenemos que encontrar nuestro talento.

Una de las cosas que el profesor dijo es que se nos cortan las alas, por así decirlo; tal vez un niño adore dibujar y en vez de apuntarlo a pintura, lo meten a fútbol, cuando el crío no lo disfruta de verdad. Y esto es uno de los miles de ejemplos que hay en este mundo. No sé a ciencia cierta el motivo de porqué se hace esto, pero llegué a la conclusión de que se debe a que nuestros padres quieren que consigamos lo que ellos no pudieron alcanzar. Un error bastante gordo, pero lo hacen con buena fe. Y por supuesto que esto no ocurre en todos los casos, pero sea como sea, sucede…

Y es una pena que el don que tenemos cada uno de nosotros quede cohibido porque a veces incluso resulta complicado descubrir cuál es. Pero una vez que se tiene y se sabe uno puede dedicarle horas. Llega el momento en que si no te avisan otras personas, no te das cuenta de que ha pasado media tarde.

Cuando el profesor habló sobre esto, me di cuenta de que esto me pasa con las charlas (por suerte tengo un buen reloj biológico y manejo las horas bastante bien). Cuando empiezo, no paro. El tiempo se pasa volando y las caras de las personas me indican que aunque pasen dos horas más, no habría problema.

Hoy me ha pasado, hoy tuve otra charla y esta clase era algo más adulta, eran muy receptivos. Llegamos incluso a coger unos 10 minutos de la clase siguiente solo porque yo podía seguir contando cosas y porque ellos podían seguir escuchándome como a niños que les cuentan una historia.

Solo tengo 22 años, no he vivido tantas tragedias ni aventuras como otras personas, pero de un modo u otro logro meter al público en una bola en la que solo estamos ellos y yo, nadie más.

Ese es mi talento, al menos eso creo y quiero seguir este camino por mucho tiempo. Todos tenemos un don, solo hace falta encontrarlo.


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Un poco de amor propio

Últimamente estoy leyendo bastante sobre el amor propio y la inteligencia emocional que le falta a mucha gente, es decir, esa inseguridad que muchos sienten, la falta de cariño, miedo al rechazo por los demás, etc.

Y junto a ese tema yo siempre uso una metáfora, pero primero quiero explicar más o menos el motivo por el que esas personas tienen esos sentimientos y sensaciones: no se aprecian a sí mismos, no se quieren. No ven lo bueno que tienen y buscan que otros se lo digan o se lo demuestren. Necesitan que alguien esté a su lado para sentirse queridos porque de lo contrario, empezarán a sentirse mal. Creen que no valen lo suficiente como para tener amigos o pareja (lo mismo da). Se sienten impotentes, como si fueran un minúsculo granito de arena tratando de hacerse ver frente al planeta Tierra.

Es un pensamiento negativo hacia uno mismo que este tipo de personas se crean y que tratan de solucionar buscando la manera de caer bien a los demás, intentando hacer las cosas de la mejor manera posible y dando de ellos todo y más. Y aquí está el problema, que lo hacen para los que los rodean y no para sí mismos.

Creo que muchos hemos empezado por ese camino (me incluyo), hasta que llega el momento en el que nos damos cuenta que nosotros también tenemos un valor que nos caracteriza. Para llegar a este punto primero hay que pasar por muchos baches, los que nos llevan a sentirnos muy solos, prácticamente aislados. Algunos, llegados a este punto se dan cuenta que el error estaba en apreciar más lo que se hacía por los demás que por uno mismo. Es aquí donde se empieza a cambiar la visión de la vida.

Y ahora viene mi metáfora: desde poco después de aprender esto, pensé que si viéramos a los que nos rodean como complementos de ropa, veríamos que somos capaces de prescindir de estos; todos hemos olvidado alguna vez las gafas de sol, una chaqueta o algún gorro al salir de casa y hemos sobrevivido. Cada uno de los complementos nos aporta algo de manera distinta, pero con ellos nos sentimos mejor y más protegidos.

Dicho de otra forma, a pesar de encontrarnos más a gusto con gente a nuestro alrededor, somos capaces de no depender de los demás, solo tenemos que encontrar la actitud adecuada y creérnoslo. Encima han llegado a nuestras vidas para algo en concreto, para aportar su granito de arena. Eso sí, muchos se irán de nuestro lado (por las buenas o las malas), pero recordad que dejaron una parte de ellos en nosotros, directa o indirectamente.

En mis últimas charlas les he hablado a los chavales de que nadie va a aprobar por ellos, nadie les va a sacar una notaza, nadie va a vivir de lo que estudien, nadie va a ser feliz por ellos. Eso tiene que venir de dentro de cada uno. Necesitan ponerle ganas para llegar a sus objetivos porque los demás no lo harán. Y aunque suene egoísta no lo es, porque si uno tiene amor propio y busca la felicidad en su interior, de una manera u otra lo transmitirá al resto de las personas haciéndolas feliz también.

Ya sabéis lo que digo… nunca dejéis de sonreír.


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Un par de charlas muy familiares

Estos días han sido de no parar y podría escribir sobre varias cosas la verdad, pero me voy a centrar en la más reciente: la charla que he dado a los de 1º de bachiller (ya vamos subiendo de años) del instituto en el que estudié. En realidad di otra también a los de 4º de la ESO del mismo centro hace un par de días, por lo que voy a tratar de concentrar el tema en estas dos charlas.

Para empezar, gracias a los profesores de mi antiguo instituto, algunos ya me ven más que cuando me daban clase. A mí sinceramente me agrada estar por allí porque veo caras que, cuando salí de allí, apenas tenían pelos en la cara y ahora tienen más barba que yo.

Me he dado cuenta que según voy dando charlas, voy pensando qué cosas de mi filosofía puede interesar más o menos, y cada vez logro condensarlo más para llegar al objetivo que generalmente quiero o que me piden los profesores. Estas dos charlas las traté de centrar en la adolescencia, en la capacidad de lograr superar los obstáculos y de ser capaces de ser feliz con uno mismo. Que en realidad es de lo que hablo siempre, pero en estas dos ocasiones he contado cosas que podían darles qué pensar a los chicos (una de ellas merece una entrada porque interesa bastante, pero eso ya para otro día).

Como siempre digo, con cada charla voy aprendiendo.

Lo que más me encanta son las caras de los chavales. Desde que un profesor me enseñó a mirar a todo el público, he descubierto muchas caras y gran parte de ellas de interés. ¿Recordáis la entrada de «La boca, la reguladora de la concentración«? Pues aquí pasa lo mismo, de vez en cuando veo rostros muy atentos y bocas muy abiertas, algunas por bostezos, pero en cuanto los cazo ya suelto una de mis chorradas para que se les quite el sueño, no es algo que me cueste mucho, ya sabéis lo payaso que soy.

Encima, después de las charlas he podido hablar con alguno de ellos; al ser de mi instituto, tengo trato con gran parte de los alumnos. Así pude saber sus opiniones. Y malas no son, aunque tal vez me estén haciendo la pelota… se creerán que yo los puedo aprobar, pobres insensatos…

Chicos, si leéis esto y algún día necesitáis ayuda, ya sabéis, os echaré una mano (va en serio).