Kevin Mancojo

Diario de a bordo


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Mi regreso a la piscina

Hoy sí, ¡hoy ya puedo hablaros de mi regreso a la piscina! Tenía ganas de hablaros de este tema porque es una parte bastante importante de mi vida.

Después de mi reto de cruzar el Mar Menor a nado, solo volví a nadar una vez más, y porque fue una invitación a otra travesía. Fue en Cabo de Palos (la Timon Cup) y ni siquiera llegué hacerla entera por temas de falta de tiempo y demás. A pesar de todo, la experiencia me encantó; era mar abierto y era muy distinto. Impresionaba más por la idea de saber que te podías cruzar con cualquier criatura marina. Además del oleaje y las corrientes que pudiera haber.

Sin embargo, tras aquella travesía, la natación pasó a un plano muy alejado de mis prioridades. Necesitaba desconectar de ese entorno. Le había dedicado muchas horas de entrenamiento para cruzar el Mar Menor y también de entrevistas relacionadas con ello. Lo cual me saturó bastante y traté de desvincularme a nivel personal de todo este tema.

Evidentemente estoy orgulloso de ello y mucha gente me conoce por la hazaña. Incluso en mis charlas cuento la experiencia. Además de tener los recortes de periódico. Pero dejé de nadar. Mi cuerpo me pedía que no siguiera, que me tomara un descanso. En la vida hay momentos para todo y en aquel instante decidí desconectar.

Un año y pico más tarde volví a ponerme el gorro y las gafas. Como ya dije en otra publicación, quería dedicarme tiempo a mí mismo, y la piscina es una de tantas cosas que me componen. Además de ser mi lugar de desconexión y el mejor momento para dar vía libre a mis ideas y pensamientos. No poder comunicarte con otros mientras nadas da para darle vueltas al coco (en el buen sentido).

He de admitir que en mi caso requiere un esfuerzo brutal el ir a la piscina. Voy cargado con mil cosas, el cambiarme de ropa y de prótesis (paso de la pata chula a la pata acuática), estar congelado de frío al principio, volver a cambiarme una vez más al acabar, etc. Da bastante pereza tener que pasar por todo eso y me quitan bastante las ganas de ir a nadar.

Pero es que, una vez que ya estoy en el agua, parezco Nemo, el pez payaso de Pixar (por aquello de que tiene una aleta más corta que la otra). Me encuentro muy a gusto nadando, siento el compromiso de aprovechar el tiempo, me vuelvo exigente conmigo mismo al hacer los ejercicios, noto la mejora física poco a poco (es brutal lo completa que es la natación) y salgo de allí con un buen chute de energía.

Hacer deporte segrega hormonas, las cuales están relacionadas directamente con esa sensación de bienestar y de motivación que sentimos al acabar de hacer ejercicio. Así, pues, cuando termino mis 26 largos (por ahora) siento unas ganas tremendas de ¡COMER! Sí… lo primero que tengo es hambre. Pero después de llenar el buche ya me apetece ser productivo y avanzar con mis cosas. Encima acabo de buen humor y con una sensación de haber hecho algo de provecho para mi salud. Termino sonriendo más de lo normal.

Es algo que echaba de menos y que necesitaba otra vez. Igual que el cuerpo me pidió en su momento que descansara, ahora me gritaba que volviera a la piscina. Supongo que es una buena forma de recargar las pilas de manera más habitual para continuar con mis proyectos y de seguir dedicándome tiempo para continuar creciendo a nivel personal.

Espero que esta vez no me sature, más que nada porque, para mí, es el mejor deporte que podría hacer en todos los sentidos posibles. Trataré de tomármelo como un hobbie y, sobre todo, de no ahogarme hasta que vuelva a recuperar la resistencia física que tenía el año pasado.

#NuncaDejéisDeSonreír


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La música

Soy consciente de que la semana pasada dije que escribiría sobre mi regreso a la piscina, pero es que presencié algo increíble poco después de publicar la entrada.

Si no recuerdo mal, mi primer voluntariado fue con la Fundación de RafaPuede, en el proyecto PIAR (Proyecto de Inclusión en el Área de Recreo), donde debíamos ir a un colegio (dio la casualidad de que era al que fui yo) y llevar a cabo juegos inclusivos. La intención del proyecto es fomentar  las habilidades sociales saludables y la colaboración entre iguales. Además de evitar, en cierto modo, la exclusión de niños o incluso el acoso entre los mismos. Y todo esto mediante el juego.

Fue una experiencia increíble. Aprendí una barbaridad. Conocí todo tipo de chiquillo, y cada uno con sus características que lo hacía único. También descubrí que el juego era una medicina que curaba las diferencias entre los pequeños, llegando al punto, incluso, de ayudarse los unos a los otros si era necesario. Además, en muchos casos, solo necesitaban un poco de atención, que les dedicaras tiempo y demostrarles que de verdad te interesabas por ellos. Era bonito llegar cada semana, que se acercaran ilusionados y preguntaran por los juegos.

Os tenía que poner en contexto porque lo de la semana pasada tenía relación con esto. Yo me apunté a un curso organizado por la fundación: «I Curso Recreos Activos: Estrategias para favorecer la inclusión educativa». Todo lo que vimos en las clases estaba relacionado, de un modo u otro, con el proyecto PIAR. Y resulta que el último día de clase (el lunes pasado) iba a venir el jefe de estudios del cole en el que desarrollamos por primera vez el proyecto. Ellos lo habían modificado un poco; introdujeron la música. De ahí el nombre que le pusieron: “Con la música a todas partes”.

Explicó que era una forma de captar la atención de los niños. Además, a todos les gusta bailar, sean mejores o peores, más extrovertidos o menos. Conseguía reunir desde los más pequeños hasta los más mayores, solo debía poner la canción adecuada. Se empezó a inventar juegos (por lo general muy simples) que estuvieran relacionados con la música: bailar por parejas, imitar al que baila en el centro del corro, moverse por la pista bailando, etc.

Yo ya sabía que estaban trabajando mucho en ello, pero nunca supe el impacto tan bestia que tenía hasta que llegaron los alumnos el último día de nuestro curso. Me fascinó verles aparecer con muchas ganas de bailar y jugar. Creo que éramos más de 40 personas entre niños y adultos. Y cuando aquello comenzó… me parecía mágico ver como las diferencias quedaban a un lado. Nadie era más, ni menos, simplemente eran. Podían ser ellos mismos, podían ser los protagonistas de su actuación. Y daba igual que bailaran bien, que tuvieran una discapacidad, que fueran más altos o más tímidos. El ambiente propiciaba a que te diera igual absolutamente todo, simplemente debías pasártelo bien y reírte con los demás.

Al principio participé y me lo pasé genial, pero después necesitaba verlo desde fuera (aparte de acabar agotado y necesitar un descanso). Tenía los pelos de punta viéndoles (adultos y niños) bailar como si no hubiera un mañana.

Pensar en el hecho de que la música hiciera algo así me parecía algo precioso, tanto, que se me saltaron las lágrimas. Será que me hago mayor, pero estas cosas me enternecen una barbaridad y me hacen reflexionar sobre la cantidad de cosas buenas que aún hay en el mundo. Un jefe de estudios buscando unir niños y dándoles las ganas de ir al recreo para pasarlo bien. Se desvive por ellos y les transmite la ilusión que él mismo tiene. A cambio los peques solo tienen que disfrutar y ver que para bailar no hace falta nada más que ganas.

Un millón de gracias a todas las personas involucradas en estos proyectos tan bonitos que unen y nos demuestran que solo somos personas que queremos vivir.

#NuncaDejéisDeSonreír


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III Congreso de Locura por Vivir

El martes pasado pude asistir de nuevo al III Congreso de Locura por Vivir. Un congreso del que, una vez terminado, no te quedas indiferente. Sales habiendo llorado y reído, pero sobre todo lleno de energía y con ganas de mover el culo.

Marian y Laura son las organizadoras de estos congresos y cada año consiguen mejorarlo. Se dejan la piel para traer gente con historias y un recorrido increíble. Incluso buscan patrocinadores para que la entrada sea gratuita. No pagas nada para ver a personas como Salva Espín (uno de los ilustradores de Marvel) o Saúl Craviotto (piragüista olímpico). Es algo que se les debe valorar.

Por norma general soy yo el que insufla a la gente las ganas de comerse el mundo. Es más, ellas contactaron conmigo en una ocasión para dar una ponencia en la Jornada “Lánzate”. Fueron unas 850 personas las que tuve ante mí y me ilusioné como un niño pequeño. Nunca tuve una oportunidad tan grande y me sentí lo más vivo que podía sentirse alguien al que le apasiona inspirar a los demás gracias a su historia.

Sin embargo, a veces me convierto en un mortal como el resto del mundo (nótese la broma), y necesito recibir un poquito de inspiración. Ser yo el que se sienta a escuchar a otros me recarga las pilas para seguir avanzando, para darme la motivación suficiente como para empezar con mis proyectos o con lo que sea por lo que esté pasando en ese momento.

Y eso me pasó el martes en el congreso. Salí de allí con ganas de volver a empezar a ir a la piscina (sobre eso hablaremos la semana que viene) gracias a Saúl Craviotto. Empezó a hablarnos del compromiso con uno mismo, de las exigencias que hay que imponerse a veces. Pero a la vez, tener la libertad de desconectar y pasar tiempo con tus seres queridos.

Me entraron muchísimas ganas de comprarme libros por “culpa” de Magdalena Sánchez Blesa  (poeta) y Patricia Ramírez (psicóloga de la salud y del deporte). Esta última hablaba de prácticamente todas las cosas que forman mi filosofía de vida: el valorar hasta el pequeño detalle, despreocuparte por aquello que aún está por llegar, dedicarte tiempo a ti mismo, saber focalizar tu energía, etc. Me veía representado constantemente, de ahí el querer leerme algunos de sus libros. La psicología es algo que me encanta y a menudo leo sobre ello para entender más la mente humana. Sé cómo funciona la mía, pero no sé cómo funcionan todas las demás.

No quiero dejar de lado a Magdalena porque, a decir verdad, con ella se me saltaron las lágrimas con cada poema que recitaba. La intensidad y la vida que le daba a las palabras era algo fuera de lo normal. Sus textos ni siquiera hablaban de algo abstracto o retorcido como la poesía de hoy en día. Al contrario, eran poemas relacionados con cosas muy banales, del día a día de cada persona. El pelo se me erizaba constantemente. Y encima sentí que era una de esas personas a las que podría escuchar durante horas y horas, pero no solo recitando poemas, sino contando su vida y sus experiencias. Magdalena rezumaba sabiduría.

Con la que definitivamente lloré fue con Ángela Molina, hija de Marian (una de las organizadoras) y superviviente, dos veces, de cáncer. Yo ya la conocía con anterioridad, pude conocerla un día que estuve en Murcia. Incluso nos seguimos en redes sociales y charlamos de vez en cuando. Pero lo curioso de ella es que no es conferenciante. Ella está estudiando diseño gráfico. Sin embargo su historia es inspiradora, su madre lo sabe y trata de hacer que nos inspire a los demás. El martes ella hizo magia ante casi 2.000 personas; la música es su salvavidas, su refugio y lo fue más cuando sufrió los dos cánceres. Así que nos cantó una canción que salía de lo más profundo de su corazón. El público la acompañó con las linternas de los móviles y de repente dejamos de estar en un congreso para estar en un concierto suyo.

Me emociona saber que alguien que cree que no inspira, es capaz de darnos vida con su música.

Y eso que estaba nerviosa, se notaba la ausencia de la experiencia. O sea que imaginad lo que hubiera conseguido estando segura de sí misma. Yo ya le he dicho que le terminará cogiendo el gusto y acabará en muchos escenarios motivando a la gente con su historia y su música. Yo, sin ser familia, estoy muy orgulloso de ella y de lo que ha conseguido con tan poquita práctica.

Como dije, salí de allí muy motivado, con ganas de muchas cosas. Ya he empezado a nadar otra vez, falta comprarme los libros de Patricia y Magdalena para aprender un poquito más de psicología y para bañarme en las palabras de la poeta. Quiero seguir subiendo los peldaños de la vida poco a poco, ayudándome de todas las historias que se puedan cruzar en mi camino.

Yo ya estoy impaciente por ver qué tienen en mente Marian y Laura para el futuro y, salvo que tenga algo entre manos (chiste), estaré ahí para apoyarlas y para recargar las pilas. Necesito seguir inspirándome de vez en cuando para inspirar a los demás.

#NuncaDejéisDeSonreír


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Viajar solo

Sé que hace poco ya escribí una entrada relacionada con viajar, pero es que es algo que me apasiona desde que lo descubrí. Ya desde pequeño era curioso y me gustaba recorrer lugares, pero evidentemente no es lo mismo hacerlo siendo un niño a hacerlo siendo adulto.

Y es que incluso hubo un tiempo en el que decía: “¿Para qué quiero viajar por ahí, si todos vienen a mi pueblo? Por algo será”. ¡Qué joven e ingenuo era…! Claro que San Javier tiene su encanto, pero menospreciar el resto del mundo… no sé cómo me atreví por aquel entonces.

Menos mal que la Fundación de RafaPuede me dio la oportunidad de viajar a Madrid para formar parte de un taller increíble en el que conocí muchísimas personas nuevas. Se podría decir que ese viaje  fue el nacimiento de mi alma viajera.

Al ir solo decidí recorrer parte de Madrid en mis ratos libres. Siempre a mi ritmo y sin rumbo fijo. Soy de los que si ve una calle que le llama la atención, no se lo piensa dos veces y pasea por ella.

Además, la gente del taller que vivía en la capital (no todos eran de la ciudad) nos terminó enseñando a los demás algunos lugares más típicos, pero no tan conocidos por los turistas. ¡Vaya churros comí en San Ginés!

Como digo, el inicio de mi pasión por viajar surgió de esta experiencia; pasar horas paseando por las calles de la ciudad, y el conocer gente que me descubrió un mundo nuevo que no sabía ni que existía. Dos pilares que considero fundamentales para disfrutar de verdad de la experiencia.

Aquello fue un poco locura, viajar solo no es algo que haga todo el mundo, primero hay que tener valor para ello. Pero lo necesitaba, pues fue en una época en la que necesitaba salir de mi zona de confort.

Después de aquello surgieron muchísimos otros viajes. Uno solo a Barcelona (que preciosa es), a París y a Estrasburgo gracias a proyectos en los que he participado donde volví a conocer gente nueva. De locura terminé yendo a Belfast (Irlanda) con dos amigas. Mi hermano conoce mi pasión por descubrir mundo y cada vez que voy allí, a Alemania, me propone una ciudad nueva: Ámsterdam fue la primera a la que fuimos y hace apenas un mes visitamos Luxemburgo. Desde hace poquito, cada verano recorro alguna parte de España con mis amigos. El primer año fuimos Andalucía y vimos Málaga, Córdoba, Ronda, Antequera y Frigiliana. El segundo nos recorrimos el País Vasco: San Sebastián, Bilbao, Getxo, Vitoria, etc. Unos meses antes una amiga me invitó a ir a Peralta (Navarra) y me paseé por Pamplona, Logroño y Zaragoza. Y muchos lugares más que harían muy larga esta publicación.

Como veis, no desaprovecho oportunidades, ya sea solo, con mi hermano o con amigos. Y cada viaje es único, distinto y no es comparable el uno con el otro. Cuando voy por mi propia cuenta puedo hacer lo que quiera, cómo quiera y cuándo quiera. Si voy con mi gente, las risas y las locuras están aseguradas. Encima parezco el niño del grupo y terminamos por recolectar muchas anécdotas relacionadas conmigo. Con mi hermano tengo total libertad, realmente hace de chófer, guía y poco más. Encima es como yo; si ve algo que capta su atención va directo a ello.

Pero de estas 3 formas de viajar que he descubierto en estos últimos 5 años, me quedo con la de ir solo. Todos podemos salir a descubrir mundo con amigos o con la familia, no es algo a lo que le tengamos pudor (se supone). Es más, te da cierta seguridad. Al fin y al cabo son más cabezas pensantes que pueden plantear soluciones a posibles contratiempos. Sin embargo, ir solo a cualquier lugar desconocido requiere superar ciertas barreras.

La primera y la más evidente: saber estar solo. Tendemos a tenerle miedo a la soledad. Lo que no sabe la gente es que para evolucionar a nivel personal, necesitamos estar a solas con nosotros mismos de vez en cuando. Un viaje así es la clave para aclarar ideas y encontrarse a uno mismo.

Saber hacer amigos es algo complicado para algunas personas. Tal vez eso es algo que les eche para atrás a la hora de viajar sin compañía. Yo soy muy extrovertido y hablo con cualquiera. Recuerdo hablar con un australiano que chapurreaba el español. Los dos acabamos filosofando sobre lo que era la felicidad. A parte de la conversación que tuve con este hombre, he tenido otras que han alimentado mi opinión sobre algunos temas o incluso me han abierto los ojos. Amigos míos incluso han terminado yendo a comer o a descubrir la ciudad gracias a gente que han conocido en sus viajes (a mí aun no me ha pasado, pero me pasará).

También el tener la libertad de ir a dónde quieras, descansar cuando lo necesites e ir a tu ritmo hace que merezca la pena viajar solo. Cuando vas con tus compañeros o tu familia al final debe haber un consenso para prácticamente todo y en ocasiones no sale lo que querías. Encima, al ir con ellos no te abres con la misma facilidad a la gente local, así que terminas por no conocer cómo es la gente de ese lugar que estás visitando.

Todo esto os lo cuento porque tengo unas ganas locas de viajar solo otra vez. La última vez que visité ciudades por mi propia cuenta fue a principios de año y ya tengo mono de salir de aquí una vez más.

Recuerdo que al principio necesitaba un viaje cada seis meses más o menos, ahora cada mes o dos meses. El último fue a Luxemburgo con mi hermano y, aunque me dé libertad de hacer lo que quiera, no estoy solo como tal. Y eso es lo que necesito ahora mismo. Atreverme a perderme por el mundo para reencontrarme y encontrarme con lo desconocido.

En mi caso, por la discapacidad, tengo barreras añadidas, y es algo que, lo parezca o no, me frena en algunas ocasiones. Prefiero evitar el cruzarme con algo que pueda resultar un obstáculo para mí. Pero soy consciente también que, una vez lo haya superado, habré dado un pasito más en muchos aspectos de mi vida.

Cada vez que me aventuro a algo así descubro que aquello que parecía difícil, al final no lo era tanto. Y eso me enorgullece. Las piedras que me puedo cruzar en el camino las termino quitando poquito a poco y cada vez con más rapidez.

Tan independiente me sentí en mi último viaje en solitario que me emocioné. Apenas podía contener las lágrimas. Y tal vez parezca absurdo, pero en mi situación es algo que no esperaba y haber ido superando todo paso a paso me llenaba como persona. Me sentía más completo.

Como dije, las ganas de viajar solo vuelven a estar presentes y dudo que tarde en comprar algún billete. Solo espero encontrarme barreras para superarlas, calles para enamorarme de ellas y gente que me descubra un mundo nuevo.

Sé que dicen que para haber vivido de verdad tienes que escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo. Pero yo añadiría una más: viajar solo.

#NuncaDejéisDeSonreír