Kevin Mancojo

Diario de a bordo


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El verano y la torpeza

Aprovecho ahora que tengo algo de tiempo para hablaros de algo que sucede año sí y año también; cuando llega el verano, la gente cambia.

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Llega el calor, los sudores, las ganas de beber agua fría, el ansia de ir a la playa, tomar el sol a pesar de acabar sudando como locos… Miles de cosas llegan con el verano, pero algo que llega y me saca de quicio en algunas ocasiones es lo tonta que se vuelve la gente. En otra entrada más específica ya conté que surgían las prisas y que todo el mundo iba corriendo a todos lados (El verano y las prisas). Pero es que además de eso, empiezan a no saber conducir. Me he encontrado con personas que van a 20 o 30 kilómetros por hora cuando pueden ir a 50. Algunos se paran en medio para que se baje toda la familia y busque sitio en la playa. Gente en medio de la calzada, otros que parece que van a cruzar y al final no cruzan (aunque estas cosas pasan el resto del año también). Luego están los que ocupan toda la acera entre el carrito del niño, las sombrillas y ellos mismos, lo mismo ocurre con los que tienen perro y tienen los 4 metros de cuerda; el perro acaba en una punta de la acera y el dueño en la otra. Los que, por unas causas que jamás entenderé, empiezan a correr en pleno verano y te los ves subiendo y bajando aceras para no chocar con nadie (un día algún coche se los llevará por delante) o algunos ni eso y van esquivando a todos y te llevas algún empujón. Las bicicletas que van por la acera…

Así miles de situaciones que empiezas a pensar: «¿Pero se les han fundido las neuronas o cómo va esto?» Es decir, el resto del año no ves esos casos tan puñeteramente raros. Es como si llegara el verano y muchos se volvieran un poco más torpes (un poco bastante). Es montar en el coche o pasear por ahí y ver cada minuto algo distinto, por suerte ya me lo tomo a risa.

Y como digo, esto ocurre cada año. No sé si es que el asfalto con el calor suelta sustancias alucinógenas, pero vamos… Posiblemente no ocurra en todos los sitios, pero aquí sin duda que sí. Las altas temperaturas que trae el verano no son buenas y eso que vuelven las sonrisas, las ganas de hacer cosas con los demás, tomar helados con amigos, etc. Pero si eso conlleva tanta torpeza… por favor, llevadme al polo norte ¡YA!


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Los cines de verano se olvidan

Ayer, después de mucho tiempo, volví a ir al cine. Pero esta vez fui al de verano. Algo que espero con ganas cuando se acerca el calorcito. Y aunque quería comentar las películas que vi (la segunda la vi a trozos porque se me cerraban los ojos, pero bueno), me gustaría hablar de estos cines que están quedando en el olvido.

Yo no sé si tenéis alguno donde vivís, pero de no ser así es una pena. Hay quién se queja de que las sillas son incómodas, pero creo que después de hora y media, cualquiera empieza a removerse en el asiento como si tuviera una guindilla en el culo. Ya no hablemos de aguantar dos películas, eso ya es un poco locura si no se está acostumbrado. También está el problema de si acabas con un gigante delante, sin embargo, sigue valiendo la pena, al menos para mí.

En los pueblos vecinos también había cines de verano, pero poco a poco los fueron quitando, creo que por esta zona ya solo quedan dos. Y en realidad, en el nuestro ya no se ve tanta gente como antes… Supongo que influyen muchísimas cosas, que ahora mismo no vienen a cuento. Pero sinceramente me entristecería pensar que me quitasen mi bonito cine de verano. Valoro mucho el sentarme allí y estar a la intemperie. ¿Que no te gusta la película? No pasa nada, mira hacia arriba, te asombrará saber la de cosas que podrás encontrarte. Ayer mismo a mitad de la segunda película empezaron a tirar cohetes. Y no estoy seguro de si vi una estrella fugaz también (creo que ahí me pilló con medio ojo cerrado). He llegado a ver hasta murciélagos pasar cerquita de las cabezas. Cada vez que vas, sucede una cosa totalmente diferente.

Y es que encima pagas el mismo precio que en los cines normales, pero por dos películas. Además, cuando hablas de cine de verano, lo primero que te dice alguien que ha ido es: «Ah, sí y me llevaba mi bocadillo». Y las pipas… Cuando encienden las luces te ves el charco de cáscaras de pipas por todos lados (un poco guarro la verdad, pero al menos es biológico). Esto es así. Es de esos placeres de la vida que se está perdiendo.

Mientras nuestro cine de verano sobreviva, yo seguiré aprovechando para ir, incluso aunque acabe durmiendo allí, dormir al aire libre no se hace todos los días.

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Las mascotas

Como ya dije en la entrada anterior, voy a tratar de publicar cada dos o tres días. Y aquí estoy, con ganas de escribir sobre algo que seguramente os vaya a gustar, las mascotas. Aunque también tenga su parte mala…

Esto viene a cuento de que operaron a mi perra hace unos días, tenía infección de útero. Nosotros nos dimos cuenta de que estaba muy apagada y que no comía nada, pero todos decían: «El verano», por lo que no le dimos importancia hasta que vimos unas gotitas en el suelo que no eran para nada sangre… así que la llevamos al veterinario.

Nos dijo que hay muchos casos en los que los dueños no se dan cuenta y que al final el animal fallece, algo que casi sucede con la mía. Por suerte, todo ha salido bien y ya está en casa.20150710_154953

Esta no es mi primera perra, ya tuve otra hace unos años y hay algo a lo que todavía me cuesta acostumbrarme y es el vacío que causan cuando no están; cuando falleció la primera hubo una temporada en la que estuvimos sin perro y la segunda pasó casi dos días en el veterinario.

Hace mucho tiempo una persona me dijo que la mascota sigue siendo un animal. Al principio no entendí del todo lo que quería decir, hasta que me di cuenta de que la esencia de aquella frase era: «No le cojas demasiado cariño a tu mascota, ellos no duran lo que duramos los humanos y nosotros nos quedaremos para recordar su ausencia y el cariño que nos daban en su momento.»

Además muchas personas se desviven por su animal de compañía: les cepillan los dientes, los peinan todos los días, los lavan cada semana, les dan comida que no es la suya, etc. Todos conocemos el final de esas historias y eso sucede cuando no sabemos ponernos límites. Y es aquí donde la frase de antes puede cobrar mucho sentido. Para empezar, eso no es hacerle un favor al animal, es como tener un hijo y darle todo hecho, al final se vuelve inútil y muy cómodo. Tampoco veo lógico anteponer una mascota a una persona (aunque depende de la persona). Al final todo eso se vuelve en contra del dueño, de un modo u otro.

Yo le puse límites a las relaciones con mis perros porque así me lo enseñaron y porque siento que es lo adecuado. A veces puedo parecer frío, pero es que sé que hay cosas que no se pueden cambiar. Y esto es algo que intento llevar al terreno de las mascotas. He pasado muchas horas con mis perras, he jugado con ellas, hemos paseado y conocido personas y perros, hemos hecho locuras, hemos aprendido trucos. Pero sé que no van a durar los mismos años que yo. Asumir lo que vendrá con el tiempo me ha hecho pasar con más facilidad el momento tan trágico que resulta ser para otros.

Sé que no todos lo ven así, otros ni siquiera se creen capaces de verlo de ese modo, pero para mí ha sido la solución para estas situaciones y me ha sido de mucha ayuda. Asumir las leyes de la vida que no pueden ser cambiadas facilita las cosas.

A pesar de todo, tengo claro que seguiré teniendo perro, viva más o viva menos que yo, eso lo tengo clarísimo. Vale la pena, solo ellos saben hacerte reír sin tener intención de ello y son capaces de transmitirte miles de sentimientos solo con esos ojos tan llenos de vida, algo que a veces nos falta.

 


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Por amor al arte

Empieza el verano y noto como tengo esto abandonado. No paro de hacer cosas, mis amigos ya están un poco más desocupados, yo también y al fin nos vemos las caras más a menudo. Además ayer hubo un festival de danza y hoy habrá una obra de teatro en un rato y esto último era en lo que más me quería centrar…

La música, la pintura, el baile, el teatro, entre otras que se me escaparán ahora mismo, forman parte de algo a lo que siempre he tenido una clara idea: transmitir sentimientos y emocionar. Es algo que he admirado muchísimo porque, encima de requerir mucha concentración y mucha precisión, tienes que ser capaz de transmitir. Y creo que para que un pintor, un actor, un músico o un bailarín (lo siento por no ponerlo en femenino, sé que hay muchas chicas con arte por ahí) pueda transmitir tanto, primero tiene que sentirlo él mismo… Después, creo que ni siquiera necesita aprender técnicas, le sale solo, del alma. Aunque está claro que este tipo de personas nunca se quedan estancadas, siempre buscan más y más hasta que se les rompa el pincel, la guitarra o un tobillo. Es tremendo ver como esta clase de gente se exige sin detenerse un momento.

Aquellos que bailan están moviéndose con cada nota musical que escuchan, en ocasiones ni les hace falta la música, los pintores observan cada ángulo y cada paisaje, admirando sus combinaciones de colores y al músico te lo ves susurrando canciones mientras está con sus cosas. Por eso me parece admirable, porque lo aman tanto que lo transmiten a los demás cuando ellos solo lo hacen por el puro placer que les da y poder cedernos a nosotros una pizca de su ser, algo que a veces hacen sin darse cuenta.

Como dije, ayer hubo un festival de danza y pude ir. He de decir que hubo un par de bailes con los que me vino un escalofrío de esos que solo vienen cuando te han tocado el alma. Son esos momentos en los que te das cuenta que te han transportado a su mundo y que lo que te rodea ha desaparecido por un instante.

Dicen que esta rama de los estudios es la que menos salidas tiene y la verdad es que no sé si es así, pero sin ellos perderíamos mucho, no podríamos completar el puzzle que nos compone. Así que, hoy le doy las gracias a todos aquellos que aman algún arte con el que transmitirnos una pizca de ellos y le doy las gracias a las personas que me emocionaron en su momento y lograron llevarme a su mundo para disfrutar de él.

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La ausencia de una conversación

Ya estoy de nuevo ante mi escritorio, encima de la silla que tiene la forma de mi culo y mi espalda (no estoy de broma). Mientras iba en el avión y observaba a la gente me di cuenta de una cosa: apenas había conversaciones.

Voy a ser sincero, prefiero tirarme gran parte del vuelo durmiendo. Es muy eficaz y se te pasa volando, nunca mejor dicho. Encima lo paso un poco mal si estoy haciendo algo: me duele la cabeza, me mareo o ese tipo de cosas. Pero cuando estoy despierto me gusta escuchar conversaciones de dos personas que no se conocen para nada. Y eso me ha faltado esta vez.

A la ida no hablé con el que tenía a mi lado y miré a mi alrededor y casi nadie lo hacía salvo los que viajaban juntos y algunas excepciones. Todos tenían su libro, su música, su tableta, su móvil o cualquier cosa con la que entretenerse.

Hoy por suerte tuve a un padre de unos 30 años con su hijo y pude intercambiar algunas palabras con él, además era muy agradable.

Pero lo peor de esto es que observé las caras de muchos de ellos y era como: «Si no me muevo seguro que no me habla». Y me parece un poco triste. A mí me encanta hablar, a ser posible en español, pero si hay que hacerlo en alemán pues se hace, como lo hice hoy. Y que yo recuerde nadie me ha pegado un bocado por dirigirle la palabra o inentar entablar una conversación.

La gracia de viajar solo es conocer gente nueva y opiniones totalmente diferentes a las que normalmente escuchamos a nuestro alrededor. Pero no, la gente prefiere quedarse dentro de su burbuja, la de la zona de confort. Ellos se lo pierden.

Ese miedo que tienen de dirigirle la palabra a un desconocido no lo entiendo. ¿Qué puedes hacer mal? Si le has caído como una patada en el culo o no es una persona de conversación te darás cuenta de ello rápidamente y dejas de hablar. Como dije, dormir es una muy buena opción también.

Supongo que la tecnología también ha afectado en este asunto, pero sobre eso ya hablaré en otro momento. Por hoy llega que tengo un día de esos de no querer hacer absolutamente nada. Es lo que tiene viajar.


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Manías de madres

¡Viernes! ¿Y qué pasan los viernes? ¡Y yo que sé lo que hacéis el «último» día de la semana! A mí no me miréis, yo fui al cine, quería ver «Birdman». No me comentéis respecto a este película por favor os lo pido, me han dicho rotundamente que nada de opiniones, ni comentarios, ni leches sobre ella.

El problema es que al final no la echaban… claro, es viernes, estrenaban «Chappie», que listo soy… Así que miré la cartelera y busqué otra que dieran sobre la misma hora y acabé viendo «Kingsman» que en mi opinión es normalita, es para pasar la tarde, nada más.

Y de camino a casa pensé: «Oye, Kevin, ¿y si haces una categoría para comentar películas?». Y, bueno, ahí os lo dejo, si os parece bien y en los comentarios me decís que sí, pues la hago.

Volviendo a lo de que hoy es viernes, llevo desde ayer hablando con la monitora del gimnasio (sí, vuelvo a ir al gimnasio por fin, que ganas tenía, ya hablaré de esto en otro momento) sobre la sobreprotección de las madres con sus hijos en la edad adolescente, o más bien, cuando empiezan a salir de fiesta. Me hizo gracia todo lo que me contó que hacía, imagino que es lo típico: llamadas y mensajes, entre otras cosas.

Más curioso me parece que la preocupación sea en vano, es decir, tu hijo puede salir de fiesta y si le tiene que aterrizar un avión en la cabeza, le aterrizará, lo llames cada hora o no. Y otra cosa interesante, aunque no se puede generalizar tanto en este caso: los padres son más despreocupados. No sé qué tenéis las madres con esa sobreprotección, imagino que es genética pura y dura, como le sucede a cualquier animal (no, no os estoy llamando animales aunque en realidad los humanos somos mamíferos así que teóricamente lo somos).

El problema de esto es que vais a estar incómodas durante toda la noche sin motivo alguno, ya os digo que si tiene que pasar algo, pasará. Y cuando empezáis a preguntar determinadas cosas (lugar, amigos, lo que hacen, hora de regreso…), los hijos acaban mintiendo según les convenga. ¿Quién no ha suavizado la «verdad» para despreocupar a una madre? Además de que al final se hace pesado ese interrogatorio, del cual los chavales acaban pasando y hacen oídos sordos.

¡Ah! ¡Y otra cosa! Recordad que también fuisteis adolescentes… No voy a meter a todas las personas en el mismo saco, pero en la edad del pavo, muchos hemos hecho alguna que otra locura y seguro, segurísimo, que peores que las que hacen vuestros hijos actualmente.

Ya, sé que el día que sea padre veré todo esto distinto, al menos eso me diréis algunos. No os lo puedo negar porque por ahora no veo el futuro, pero creo que soy muy simple como para no dormir a gusto.

A pesar de todo, esto no es un reproche, ni una bronca, ni nada de nada. Solo es gracioso como los papeles se terminan cambiando y como al final todo sigue su cauce: las madres preocupadas, los hijos de fiesta, llamadas perdidas, etc.

Para las que sean principiantes, os diré que cuando pasan unos añitos os acabáis acostumbrando, lo sé porque la mía, que es de las que se asusta con nada, ya está medio acostumbrada. Aunque supongo que este miedo nunca se irá del todo.

Yo solo os puedo decir que… nunca dejéis de sonreír.


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Pueblo duerme

Ayer fue el cumpleaños de un amigo mío y le hicimos una fiesta sorpresa. Todo salió de lujo, incluso se nos emocionó porque no esperaba nada de nada y encima conseguimos reunir unas 20 personas (algo difícil cuando hay carreras y trabajos de por medio).

Tras picotear, sacar los regalos y comer tarta, me apetecía jugar al pueblo duerme, un juego de cartas que es jodidamente entretenido. Para aquellos que no sepan de que va, aquí la explicación (os advierto, soy malo explicando el maldito juego a pesar de ser fácil):

Tiene que haber más o menos unas 10 personas y alguien que haga de «madre». A cada una las personas que juega se le reparte dos cartas (nadie puede ver las de los demás), pero antes se debe decidir qué carta va a ser la que designe al asesino o asesinos, esto ya depende de la cantidad de participantes que haya (nosotros usamos el as). Una vez hecho el reparto, la «madre» da unas consignas: «pueblo duerme» y todos cierran los ojos. «Asesinos despiertan» y los que lo sean abren los ojos, señalan a un jugador para «asesinarlo». «Asesinos duermen, pueblo despierta» y todos abren los ojos. La «madre» dice a quién han asesinado, la víctima debe levantar una de las dos cartas (se elige por mayoría) y comienza el debate, pues se empieza a buscar al asesino.

Aquí viene lo divertido, ya que es donde se involucran las dotes de cada uno de los asesinos para mentir, disimular, culpar, etc. y evitar que lo cacen. Yo personalmente no es que sea muy bueno, aunque en la última partida me cargué a unos cuantos. Luego teníamos a un amigo que cazaba a todos los asesinos, tenía tan buen ojo que terminamos por matarlo constantemente. Y la verdad es que es una chulada de juego porque influyen muchísimas cosas y se discuten miles de tonterías que al final a lo mejor no son nada o lo son todo. A veces los asesinos acaban enfrentando a ciertas personas mediante asesinatos muy específicos o simplemente matan para eliminar jugadores, eso depende de cada uno. Tuve momentos de dolor de barriga de las veces que me reía, viendo como algunos se peleaban por culpar a uno u a otro.

Y esto viene a cuento de que me encantan las tardes-noches de casa y juegos de mesa. Al principio nadie quería jugar, yo fui preguntando y muchos me ponían cara de que no les apetecía y al final éramos casi todos los que acabamos jugando. Lo mejor de esto es que pasamos dos horas con el juego y nadie se enteró de ello.

Con esto quiero decir que estos momentos normalmente se hacen inolvidables y encima provocan ganas de más, al menos a mí me pasa. Son momentos de competitividad, de risas, de piques…

Posiblemente hubiéramos seguido jugando gran parte de la noche de no ser porque había personas que les apetecía salir a tomar algo, y eso hicimos.

Dicho esto, viene la lección del día: ¡no juguéis juegos de mesa que las horas se os pasan volando y al final no hacéis las tareas que teníais que hacer! Es broma, solo puedo decir que disfrutéis de esos momentos cuando surjan y que los apreciéis. Yo hubiera seguido jugando la verdad, prefiero eso antes que salir, pero siempre viene bien dosificar un poco y variar.


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Seguro que se me ha olvidado algo

Como ya sabéis algunos, me fui de viaje. Todavía no estoy muy al día, aunque sí he visto que hay bastante gente nueva siguiendo el blog y he recibido un montonazo de visitas estos días a pesar de no haber podido publicar cada dos días, como de costumbre. A los nuevos, gracias y bienvenidos.

Volví ayer y creo que, como nos ha pasado a todos alguna vez, cuando subí al autobús para volver tenía la sensación de que me dejaba algo en el hotel. Que levante la mano aquel a quién no le haya sucedido nunca. Ya, nadie, ¿verdad? Normal. Es curioso que pase esto, será que desconfiamos de nosotros mismos.

Tal vez mi buhardilla esté un poco desordenada, pero al menos cuando viajo no soy tan desastre. Yo personalmente soy muy metódico en este sentido, es decir, coloco las cosas en determinados sitios, los meto en bolsillos concretos y siempre en los mismos lugares, de esa forma no me muero buscando nada y encima para recoger las cosas es muy práctico; tardé unos 5 minutos para hacer la maleta y porque la ropa no se doblaba sola que sino…

A pesar de todo eso, sentí como si algo se me olvidara. Encima apenas revisé la habitación del hotel. Confié mucho en mi método y espero que funcione, ya os lo contaré cuando saque todas las cosas (no, todavía no me puse con ello, soy demasiado vago para hacer algo así el mismo día).

Lo gracioso de esto es que me he vuelto tan metódico a lo largo del tiempo. Ya os conté lo del DNI caducado en la entrada anterior. De errores se aprende. Si es que con la cabeza que tengo en algunas ocasiones, ¡se me debería de olvidar hasta ponerme la pierna! Aunque eso lo notaría rápidamente y no a mitad de camino.

La verdad es que, por muy ordenado y sistemático que uno sea, la sensación esa que se tiene es una ley no escrita del ser humano, como lo del móvil al agua, pues lo mismo. Lo que pasa es que aquel que es más cuidadoso tiene menos probabilidades de olvidar algo frente a aquel que busca el móvil bajo el montón de ropa. Si le tenéis aprecio a vuestras cosas ya sabéis: zona A para ropa, zona B para objetos varios, zona C para… bueno, ya me entendéis, ¿no? Suerte con los próximos viajes.

Cambiando de tema y para terminar la entrada, como os habréis dado cuenta (que espabilados que sois) no he hablado de adonde fui (o eso me parece), ni con quién, ni nada de nada. En unos días sabréis porqué, al menos si todo sale bien, de lo contrario os contaré parte del viaje, que si cuento todo da para mucho.


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Dilema de maletas

Traigo una noticia, de la cual no quiero dar muchos detalles porque intentaré traer una sorpresa que espero que os guste a todos. Me voy de viaje este lunes y hasta el viernes no volveré, por lo que no habrá nada nuevo hasta cuando vuelva.

Acabo de pensar… tal vez deje entradas preparadas para que allí solo tenga que publicarlas… Ya veré.

Vaya forma de desviarme del tema principal. Volviendo a lo de antes, yo no sé lo que habéis viajado los demás, pero en mi caso ha habido suficientes viajes como para aprender de cada uno de ellos, especialmente los últimos. En una ocasión cogí el DNI antiguo, el caducado, en vez del nuevo. Tuve la suerte de que era en la vuelta, pues miraron en la lista de la ida y vieron que yo formaba parte de ella y me dejaron pasar.

Además de eso me llevé muchísima ropa y si mal no recuerdo, terminé por usar la mitad de todo lo que llevé o tal vez menos; fue en casa de mi hermano y como me lavaban la ropa terminaba por usarla otra vez y listo. Y aquí está el tema del que quería hablar hoy: ¿las maletas llenas o con lo justo?

Sé que las mujeres en general (topicazo al canto, lo siento chicas) suelen llevar la maleta llena hasta no poder cerrarla o más bien, hasta tener que sentarse encima para que la cremallera selle su preciado tesoro. Es gracioso, según he hablado hoy con una amiga se supone que todo lo que sobra son los «por si acaso» o en algunos casos «para combinar» (ella me lo dijo de broma, pero sé que hay casos así de verdad). Encima tenéis que llevar vuestro maquillaje, el secador y todo ese tipo de neceser. Vamos, que la maleta acaba convirtiéndose en una bomba de relojería.

En cambio los hombres… bueno, mejor hablaré por mí, que los hay muy pijillos también. Yo soy bastante simple para esto y más ahora que aprendí de los errores del resto de viajes. Mi hermano me quería regalar la Playstation 3, pero le dije: «Es que mira la maleta, está llena…». Qué pena, ¿no? Que tuviera que dejar la consola por llevar ropa demás… Pero no, ni loco iba a dejarla, así que aprovechamos para meterla entre camisetas y pantalones y al final acabó acolchada por todos lados.

Cuando hablé con mi amiga sobre esto teníamos opiniones muy distintas al respecto: ella se llevaría más de lo necesario y yo iría con lo justo. Le dije que mientras ella piensa en que puede mancharse porque tiene ropa de sobra, yo pensaré en tener un poco más de cuidado e ir con calma. Y muchos sabemos que la paciencia es una virtud que pocos tenemos. ¿Quién sabe? Tal vez su forma sea más cómoda de viajar, sin preocupaciones. Aunque ir con tranquilidad también puede ser bueno para deleitarnos mejor.

Pero sea como sea, me apetecía preguntaros a vosotros qué preferís: ¿maleta llena o maleta con lo justo y necesario?


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¡Móvil al agua!

¡Sabía que algo pasaría al final del día! Por eso no escribí hasta ahora; me estaba reservando por si pasaba algo importante y ¡aquí está! Móvil al agua.

¿A quién no se le ha caído el suyo alguna vez? A mí me daba rabia cuando le sucedía a otra persona, lo veía como algo muy torpe el hecho que cayera al agua. Y al final me ha pasado, por bocazas. Siempre he tenido cuidado con algo así, pero la lección me tenía que llegar tarde o temprano.

¿Veis? Lo malo viene solo. Al principio me he preocupado, hasta que pensé: «Bien, ya tengo motivo para comprarme otro, a este ya se le iba la cabeza muy a menudo».

Hemos intentado secarlo, pero por ahora no da buenas respuestas. Y sinceramente no me preocupa.

Es todo tan irónico que hasta me he empezado a reír. Como dije, me resultaba muy torpe y descuidado por parte de los demás que el móvil se les cayera al agua, ya fuera en el retrete, en la piscina, en el mar o dónde fuera. Y ahora me ha tocado sufrirlo en mis propias carnes. Ha sido en plan: «¿Te crees que a ti no te podía pasar? ¡Pues toma!»

Es curioso como algo tan absurdo nos ha pasado a todos. Sí, a todos, a los que creéis que no os sucederá también os pasará tarde o temprano, ya lo veréis… No sois los únicos que pensaban así, yo también lo hacía y mirad. La vida nos da a todos la oportunidad de vivir una experiencia así, tan divertida y graciosa. Y Esto no es ni cosa del karma ni nada, esto es solo que, como buenos humanos que somos, somos tontos y punto. Una ley de esas no escritas.

Hoy toca aprender una bonita lección: mantened vuestros móviles alejados del agua, recomiendo que sea como mínimo a cuatro metros o pedid una orden de alejamiento, tal vez funcione. Y si no conseguís que eso suceda ya sabéis: nunca dejéis de sonreír 😉