Kevin Mancojo

Diario de a bordo


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Viajar solo y sus ventajas

Vengo de una semana diferente. Un viaje a Madrid que me ha sentado de lujo. Y no voy a contaros todo lo que hice porque todos sabemos que dejaríais de leer al minuto.

Así que os voy a contar la conclusión que he sacado de todo esto (lo fui pensando durante las cinco horas de tren que se hacen eternas). Creo que con unos pocos apartados os lo podría explicar. Además, hace tiempo leí algo sobre esto y los puntos que citaré son los que mejor recuerdo.

Independencia:
A pesar de haberme alojado en casa de la familia que tengo en la capital, pasé tiempo solo por allí. Muchos me preguntaban que si no iba nadie conmigo, como si fuera algo peligroso no ir con alguien más o a saber por qué. Pero el hecho de ir solo es una ventaja; di vueltas por donde quise y me paraba donde quería y cuando me apetecía. Posiblemente, si hubiese ido con otra persona, hubiéramos dependido el uno del otro, tomando decisiones entre ambos. Creo que eso es algo que pude ahorrarme y no por ello me han atracado ni cosas por el estilo.

Salir de la rutina:
Obviamente es un cambio grande. El hacer todos los días lo mismo a llegar a una ciudad y no tener objetivos claros, se nota. El agobio se desvanece al perder las obligaciones. También el ambiente es otro y los rostros no son los de siempre.

Conocer gente:
Cuando fui al Retiro vi a muchísimas personas. Y una de ellas me llamó la atención. Era un chico de 12 años que llevaba unos patines con una sola fila de ruedas (yo los probé y casi me dejo los dientes en el suelo). En la calzada tenía una fila de conos y vi como empezaba a «bailar» entre ellos. No vi nunca algo así, por lo que me senté en la acera y me quedé mirando un rato hasta que él me empezó a hablar. Aún seguimos hablando por whatsapp.
A parte de este crío, conocí a una chica en el tren al volver. Estuvimos en la cafetería y un tema del que hablamos me marcó bastante porque nunca me paré a pensar en ello: las diferencias que hay de la infancia de alguien de ciudad y alguien de pueblo. Lo primero que hice cuando se marchó fue apuntarlo para que algún día le dedique una entrada.

Aprender cosas nuevas:
Esto está un poco vinculado al apartado anterior, al entablar una conversación con alguien. Pero aun así, también aprendí a base de sentarme y observar. Me di cuenta de que la ciudad no solo es estrés, puesto que hay zonas en las que uno puede disfrutar del sol, jugar al fútbol, salir a correr, pasear, etc.

Aclarar pensamientos:
Por último, el conjunto de todo lo anterior. En el caso de tener problemas o estar infeliz o alguna cosa parecida, el hacer un viaje solo, sin nadie más, te da otras perspectivas que antes uno no podía ver o que desconocía hasta el momento.
Tal vez haya alguien en la otra punta del mundo esperando a que llegues para aclararte la vida con un par de sabios consejos que nunca habías oído.

 

Os dejo unas cuantas fotos que hice

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La felicidad

¿Os habéis parado a pensar qué es la felicidad? Hace tiempo yo no estaba para nada feliz.

Fue una de esas fases por las que pasamos muchos y empezamos a dudar de todo. No sabemos qué hacer con nuestras vidas, nos cuestionamos si de verdad hemos elegido el camino adecuado. Si de verdad significamos algo para alguien. Nos empezamos a sentir diminutos e insignificantes. Dejamos de valorarnos. Nos convertimos en un ratón rodeado de gatos o más bien un patito feo entre todos los cisnes. Posiblemente ambos casos.

Sea como sea… lo llamo el cuarto oscuro. Suponed que os encontráis en una casa y de repente se va la luz. ¿Qué hacéis? Palpáis todo. Los pasos comienzan a ser más inseguros y cortos. Forzáis la vista, pero seguís sin sacar nada en claro. Terrible. Dudáis de todo. Empezáis a estar incómodos.

Es una metáfora que siempre uso para aquellos que se encuentran en estas situaciones. Y trato de ser una pequeña luz para ellos. De esa manera no están en la completa oscuridad.

Creo que en estos casos lo vemos todo negro y por más soluciones que uno se para a pensar, no le ve salida. Pero es normal… es difícil diferenciar objetos en la oscuridad. Eso no quita que exista el adecuado para terminar con ello. Y hasta llegar ahí se necesita tiempo.

En mi caso escuché sabios consejos y me di cuenta que la solución estaba en mí. Ese vacío que sentía lo volví a completar yo mismo. Nadie puede llegar a ser tan feliz como uno mismo quiera serlo.

Tomé la decisión de que mi felicidad no podía depender de algo externo a mí porque siempre puede llegar algo o alguien y estropearte el día.

Aprendí a valorarme a mí mismo, a no depender de nadie y a hacer cada día las cosas que yo quisiera hacer, cosas que me hicieran feliz. Porque estando triste uno solo acaba perdiendo la batalla contra la vida. La gracia de sentirnos vivos es la constante pelea contra el mundo y contra uno mismo.

Tuve la suerte de que me iluminaron el camino de aquel cuarto oscuro. Y ahora me toca a mí aprovechar lo aprendido y ayudaros a los demás lo mejor posible.

Volveré en otra ocasión para tratar de haceros un poco más felices.


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¡A viajar!

Es hora de cambiar de aires. Hay quien adora la rutina. Prefieren saber que cada paso que dan es seguro y ver que todo sigue igual. O tal vez simplemente les guste y punto. Yo no lo sé puesto que adoro los cambios aunque me surjan pocos.

Por eso este destrozo a mi rutina este próximo 15 de julio. Un viajecito a Madrid hará que respire otro aire (posiblemente más contaminado, pero bueno).

Me he recorrido la capital en bastantes ocasiones, lo malo es que ha sido hace unos cuantos años, cuando aún era un mocoso. A pesar de todo sigo recordando el cambio tan grande de un pueblo a una ciudad, de la tranquilidad al agobio y al ajetreo.

Hace unos meses fui para ir a un evento de youtubers y fui con mucha más libertad porque pude ir solo. Y me gustó. La diferencia era tan inmensa y fue tan nueva para mí que aquel fin de semana se me hizo demasiado corto. Quería más, quería seguir teniendo esa sansación de estar inmerso en un gran océano lleno de miles de peces. No lo había sentido nunca y me llamó la atención.

Bajar al metro y tener la sesanción de que simplemente sigues la corriente de agua te hace sentir ser una pequeña parte de todo aquello. A algunos no les gustará, pero a mí me hace ver que desconocemos tanto de este planeta que me da más ganas de seguir descubriendo cosas. Poder salir de esa fuerza marina y aventurarme a experiencias nuevas (a lo Nemo, el pececillo de Disney).

Espero poder aprovechar la semana y recorrer todo lo que pueda. Tengo ganas de ver cosas nuevas o que ya vi y que han cambiado con el tiempo. Me apetece pasearme entre la muchedumbre y que todos acaben pasando de largo para ir directos a su objetivo, mientras yo disfruto de ese aire nuevo para mí.

Eso sí, no olvidaré publicar cosas nuevas mientras esté allí. De eso ya me encargaré. Y si el viaje ha valido la pena de verdad volveré con algo bueno seguro.


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El verano y las prisas

Comienza el verano y con él viene el calor tan agobiante que tenemos en la zona del Mar Menor. No quiero ni imaginarme los que viven en Murcia capital.

Empiezan los desnudos; personas mayores con la camisa abierta enseñando su hermosa pelambrera, las mujeres con su pareo, los chicos sin camisetas y las chicas… bueno, ya hablaremos de esto en otra ocasión.

Llegan las vacaciones y el mes de julio inicia. Las carreteras se colapsan hasta que cada uno se reparte a su zona de mar preferida. Familias completas se asientan en sus casitas de verano: los abuelos, el padre, la madre, los dos hijos y el amigo del hijo (hay muchas variantes al respecto).

Pues una vez dicho esto, vienen mis dudas.  Esas que son tan comunes en mí. ¿Por qué  esta gente tiene tanta prisa y va corriendo a todos lados? Me explico. Vas al mercadillo, ese que en julio y agosto se vuelve tan largo y que parece infinito, y te empiezan a achuchar con el carrito de la compra. El que recibe el golpe en el tobillo tiene una leve sensación de ira que aún puede contenerse, pero es que con el segundo y el tercer golpe, esa persona empieza a sentir una necesidad de coger el carro y lanzarlo por los aires que aquello parecería una guerra; una sandía reventada en el suelo, unas cuantas naranjas por los aires, las patatas golpeando cabezas…

Y eso no es todo. Comienza la batalla de quien paga primero, si la anciana que tiene las lentejas a fuego lento (¿quien come lentejas en verano?) o la señora que tiene al marido y al hijo esperando en el coche.

En los supermercados ocurre lo mismo, aunque ahí puede haber unas carreras que ni las de la Fórmula 1. Aquí, los carros son más aerodinámicos y se deslizan mejor que los del mercadillo.

Aquellos que vivimos en una zona tranquila durante todo el año comenzamos a estresarnos por culpa de los veraneantes. Las peleas que no hay en el resto del tiempo se acumulan para el verano. Y lo peor es cuando se está en medio, entre la anciana de las lentejas y la del marido y los hijos. Ese es buen momento para escapar cuanto antes y relajarse en la playa.

Lo dicho, no entiendo por qué vienen de «vacaciones» si en realidad tienen más prisa que en su rutina. Según tengo entendido (llamadme raro si no es así), las vacaciones están para relajarse, pero bueno. Cada loco con su tema.


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El tiempo vuela y los años pasan

Tenía ganas de escribir sobre esto, aunque no esperaba hacerlo tan pronto. Tal vez escriba solo una pequeña parte de todo lo que pienso de los años que se van volando.

A pesar de haber vivido solo una cuarta parte de mi vida, comienzo a decir frases que suelen decir los mayores. Frases como: «cuando yo era pequeño…», «yo jugaba con…», «nosotros hacíamos…». El pasado… el pasado comienza a ser más común en mí y los amigos que me rodean.

Empezamos a darnos cuenta de que dejamos de hacer lo que hacíamos apenas unos años. Hemos comenzado a fijarnos más en el resto de las personas y no como antes, que hacíamos lo que queríamos sin estar pendientes de los demás. Nos daba igual qué hacer, no teníamos excusas para hacerlo. Ahora se nos ocurren muchas. Donde antes solo había movimiento y caminatas, ahora hay bares y mesas.

Si a nuestro yo de hace unos años le hubieramos dicho de ir a tomar algo nos hubiera tratado de viejo, de soso, de a saber qué… Y ahora es de lo más normal. No digo que sea malo, para nada lo es, me gusta y lo disfruto. Pero resulta curioso.

¿Por qué ese cambio? Supongo que es porque ahora podemos contar historias. Dos décadas dan para sentarse en una mesa y charlar. Aparte de la madurez y sensatez (en algunos casos más que en otros). Y posiblemente también por el tiempo. Teníamos mucho cuando éramos unos pobres insensatos (aún lo somos, pero menos). Según pasaban los años eso iba escaseando. Las carreras universitarias no se sacan solas y el dinero trabajando tampoco.

Recuerdo que un amigo dijo que aprovecháramos estos últimos años. Esos años en los que estábamos en la transición entre la fase final de la edad del pavo y la «madurez» del universitario. Que usáramos ese tiempo que nos quedaba en hacer viajes y disfrutar como fuera.

No lo llegué a comprender del todo en su momento, pero sí ahora. Y tenía razón. Durante toda la vida tenemos diferentes fases y esas se acaban terminando por lo que tenemos que sacarle el máximo provecho a cada una de ellas.


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A veces hay que parar y pensar

Hoy quiero plantear algo que creo que no se nos ha pasado a muchos por la cabeza, al menos no a todos y según leáis iréis entendiendo.

Hace cuatro días surgió algo «curioso» que para mí ya no lo es:

Las vacaciones ya han llegado, pero yo sigo yendo al gimnasio como todas las mañanas junto a mi madre. Hasta aquí todo perfecto. Lo interesante viene cuando mi madre está fuera esperándome y mientras lo hace se da cuenta de algo a lo que ya nos hemos ido acostumbrando. Un policía comenzó a anotar la matrícula de nuestro coche con el motivo de estar estacionado en el aparcamiento de minusválidos (soy un discapacitado de los pies a la cabeza aunque haya comenzado el párrafo diciendo que voy al gimnasio).

Podréis pensar que es que no estaba el cartelito puesto o que estaba mal colocado, pero es que está algo paliducho del sol que le da, así que está bien visible. Además de tener una pegatina detrás para señalizarlo.

Mi madre obviamente se lo dijo y lo aclararon rápidamente. No hubo multa alguna por suerte. Aunque sí hemos tenido que recurrir algunas en otras ocasiones por el mismo caso, aunque parezca mentira.

Lo que me resulta curioso de todo esto, ya sabéis que adoro darle vueltas a las cosas, es que esas personas no tienen a alguien en la familia con algún déficit. Y lo sé con bastante seguridad por el hecho de que cuando mi madre va por ahí sin mí no deja el coche en un aparcamiento de ese tipo porque sabe que podría perjudicar a otra persona que lo necesite más (al menos que yo sepa no lo ha hecho).

Hubo una persona al que le escuché decir una burrada, pero que era bastante cierta: «tendrían que violar a la hija del juez y matar a su mujer, verás cómo así cambiaría de opinión». Hablaba de una manera radical y general, sin embargo comprendí la base de aquella frase. Si las cosas nos sucedieran a nosotros no haríamos las cosas que a veces llegamos a hacer. A veces no nos paramos a pensar ni un solo minuto y eso puede perjudicar a los demás.

Supongo que forma parte del egoísmo del ser humano, no lo sé. Pero por suerte, cuando ya nos ha sucedido algo así una vez, solemos tenerlo más en cuenta. A pesar de ser tan bobos como para tropezar con la misma piedra una y otra vez.

No escribí esto para reprocharle nada al policía ni mucho menos. Todos podemos cometer errores cuando desconocemos las cosas. Pero espero que esto nos sirva para ponernos en la piel de los demás en determinadas situaciones y evitar estas cosas.


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La primera experiencia

Como ya dije en el otro post, me llamaron para dar una charla motivadora a gente de Aidemar, chicos del centro de Santa Rosalía. Gente con diversos problemas que necesitaba un pequeño empujoncito o una perspectiva diferente.

No fue la primera vez que hablé delante de un público (las locuras del colegio y del insituto no cuentan). Ya tuve otra ocasión en la facultad de una amiga mía que estudia magisterio infantil. No fue nada oficial, pero me llegué a poner mucho más nervioso. Una tarima que te hace parecer más alto (sobre todo en mi caso), un aula bastante grande y tener unas 50 personas delante hace que se realce ese nerviosismo. A pesar de todo pude contarles lo que necesitaban para aquella asignatura que jamás recordaré su nombre. Yo era el ejemplo vivo de lo que estaban estudiando; las adaptaciones y la integración en el aula para una persona con problemas. Y les resulté de utilidad contando mi experiencia escolar. Tal vez algún día haga una entrada de esto, ya os sorprenderé.

Pero volviendo a algo más reciente, a mi charla oficial. Tuve la ocasión de centrarme en algo de lo que me gusta hablar. De mi manera de afrontar la vida. Eso no os lo voy a contar, hoy no. Quiero centrarme en el hecho de la necesidad que tenemos de aprender constantemente, día tras día, para poder seguir adelante. Algunos de estos chicos aprendieron con mis historias (espero que sea así). Y noté en ellos el interés en mí; las caras curiosas, las bocas abiertas como decía en el post anterior, los ojos fijos en mí…

Cuando acabé mi monólogo comenzaron las preguntas, las cuales eran una parte muy importante de aquello. Dudas que tienen constantemente de sí mismos o del resto del mundo… Tener tantas incertidumbres y no poder aclararlas es duro. Así que traté de darles mis mejores consejos para resolverles todo aquello. Enseñarles que se puede afrontar las cosas como lo hice yo a lo largo del tiempo.

Me gustó aquella sensación de haber aportado una pequeña parte de mí a otras personas, cuando yo mismo me compongo de muchas otras que me enseñaron cosas o me aportaron una manera de pensar.

Por fin pude encontrarle un sitio en mi cuarto a uno de vuestros regalos. Gracias.

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