Kevin Mancojo

Diario de a bordo

El limón al pollo

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Ya he llegado a comentar que el tema de cocinar es algo que me gusta y que me entretiene mucho. Durante la cuarentena pude aprovechar para probar recetas nuevas como los bizcochos, pero ahí no se ha quedado la cosa.

Recuerdo que hace ya bastantes años, cuando aún iba al instituto, decidí ser yo el que se pusiera en la cocina los domingos. Buscaba recetas y me ponía manos a la obra. De esa manera le daba una “tregua” a mis padres (al final ellos tenían que limpiar mi estropicio, pero bueno) y encima yo aprendía a cocinar.

Por desgracia, entre unas cosas y otras aquello no duró mucho. Todo terminó volviendo a como funcionaba antes de tomar esa decisión. Sí que cocinaba de manera puntual en algunas ocasiones, pero no se volvió ningún hábito.

Hasta que apareció el confinamiento y empecé a volver a tener esas ganas y esa curiosidad por experimentar en la cocina. Comencé con los bizcochos, como ya dije, pero estas últimas semanas, mi madre encuentra recetas nuevas y me las propone. Ya he aprendido a hacer un par de salsas nuevas que pegan con diferentes tipos de carne. Encima, sigo las cuentas de realfooding (la práctica de alimentarse a base de comida “real” y evitar la que está procesada) y ponen un montón de recetas sanas y que están muy interesantes, como por ejemplo las galletas que hice el otro día. ¿Habéis oído eso de “la práctica hace al maestro”? Pues a mí aún me falta mucha a la hora de cocinar. Más todavía en la repostería, los bizcochos fue el primer bollo que hice en mi vida. Así que, contaros que le eché dos cucharaditas de sal a las galletas ya es prueba suficiente de que necesito varios intentos antes de que salgan bien. Traté de arreglarlo, pero no fue del todo un éxito aunque tuvieran un buen aspecto. A la próxima tendré que leer mejor la receta (ponía ½ cucharadita de sal y yo decidí ver solo un 2).

También la pifié con el pollo al limón, o más bien el limón al pollo, que hice hace poquito. Ese día, mi estómago me recordó constantemente que echar el jugo de 3 limones a la salsa no salía rentable para dos comensales. Al final tocó enfrentarlo con humor y yendo a la nevera cada dos por tres para compensar lo poco que comimos al medio día.

Sin embargo, después de dos recetas con un mal resultado, le llegó el turno a una en la que no dejé ni un trocito de comida en el plato. Pechuga de pollo con una salsa de cebolla y ajo. Mientras que mi madre se encargó de las patatas, yo me puse con el resto y según avanzaba todo, ¡veía como por fin me salía bien la comida! A pesar de que no requiera mucho esfuerzo, siempre cabe la posibilidad de liarla y preferir no comer, pero en esta ocasión no fue así. Y ver como los platos se quedaban vacíos me llenaba de orgullo.

Creo que aquí nace mi ilusión por cocinar. El que tu familia o tus amigos te digan lo rico que está me alegra una barbaridad, me sacan una sonrisa. Teniendo en cuenta que yo tardo mucho más en determinadas situaciones (cortar en trocitos los alimentos o empanarlos o lo que sea me cuesta un poco más) y que tengo que adaptarme a ello, me satisface mucho más al conseguir un buen resultado. Es otra forma que tengo de demostrarme a mí mismo que al final, la discapacidad, no es más que la prueba de que una misma cosa puede tener diferentes caminos para llegar hasta el final.

#NuncaDejéisDeSonreír

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