Kevin Mancojo

Diario de a bordo


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El sacrificio de los padres

Llevo varios días dándole vueltas a una cosa que creo que en nuestra edad del pavo no nos paramos a pensar: el sacrificio que hacen nuestros padres.

Esto es algo que entenderemos cuando tengamos nuestros propios hijos. Pero yo, como de costumbre, intenté ir un poco más allá y merodeando entre mis pensamientos y mis preguntas llegué a algunas respuestas.

Siempre he escuchado algunas frases de los adultos cuando hablaban sobre sus hijos adolescentes: «mientras está fuera apenas puedo dormir» o «cuando sale, estoy preocupado» entre muchas otras que solo los padres conocen. En las madres, ese agobio suele ser más potente (al menos según he oído en las diferentes conversaciones) y suele permanecer durante años. En cambio, los padres después de un tiempo pueden dormir un poco más a gusto.

Mientras nosotros estamos por ahí experimentando nuestras primeras locuras, aquellos que nos dieron la vida se preocupan por si nos la arrebatan, sea del modo que sea.

Es irónico porque ellos mismos vivieron la misma situación (en algunos casos) y también se despreocupaban por todo. Sin embargo, cuando llegamos nosotros a sus vidas, la tortilla está del revés. Es entonces cuando ellos entendieron a sus padres y será entonces cuando nosotros entendamos a los nuestros.

Pero algo que quería destacar de esto era ese límite de hora que se nos ponía: «Solo hasta las 12» como si fuéramos Cenicienta y tuviéramos que volver a casa o todo se nos iba a caer encima, y con todo me refiero una colleja o una bronca. Aunque actualmente, ese margen de tiempo es una broma para los críos de hoy en día (ya salen hasta las tantas), para nosotros era suficiente a pesar de regatear la hora tope. Y lo que yo me plantee al respecto era si de verdad era porque después corríamos «peligro» y así ellos se aseguraban dormir a gusto, o en realidad era porque para ellos era un inmenso sacrificio no poder acostarse, ya que a cierta hora tocaba recogernos. A nadie le gusta tener sueño, no poder dormir, y en el caso de hacerlo, tener que despertarse de nuevo, coger el coche e ir en nuestra busca.

Recuerdo una época (hace unos pocos años) en las que a las dos de la madrugada llamaba a casa y escuchaba la voz ronca de mi padre; lo había despertado. Antes tal vez no lo valoraba tanto, pero ahora se me encoge el corazón cuando lo pienso y ni siquiera tengo un hijo del que preocuparme. Lo bueno es que sé que los padres así lo hacen solo para que nosotros podamos disfrutar de verdad.

Desde que me he ido dando cuenta de esos sacrificios, yo mismo me he sacrificado en algunas ocasiones para compensarlo de alguna manera. Eso sí, siempre lo he hecho porque quería, nunca me he sentido mal al hacerlo, más bien todo lo contrario.

Así que, la entrada de hoy se la dedico a todos los padres que se privan de sus cabezaditas y que se sacrifican por sus hijos para que ellos disfruten sus locuras.